10 DE ENERO. VISITA AL NIÑO JESÚS

 "Aquel que guarda la PUREZA DEL CORAZÓN, dice el Espíritu Santo, será amigo del Rey del cielo (Prov. 22, 15)." Jesús, lirio divino, se goza entre lirios. Por eso fueron Ángeles los primeros en adorarle en su nacimiento. Por tanto, al visitarle en el pesebre o ante el Sagrario, pidámosle esa pureza de corazón que tanto le agrada, que nos hace aborrecer la más leve mancha de pecado y nos ayuda a desprendernos de las criaturas.

Además de la pureza, supliquemos al Salvador nos conceda la SENCILLEZ, la rectitud para con Dios, virtudes que practicaron los pastores de Belén, sirviéndonos de modelo. "Porque Dios ama tiernamente, dice el Espíritu Santo, a las almas sencillas, que, sin disfraz y sin rodeos, van directamente a él." Con cuánta complacencia contempla el Señor al corazón que, despreciándose a sí mismo, vive sin pretensiones y desea ardientemente la gloria de su Amado. Así, pues, cuando visitemos a Jesús, roguémosle que, como el Apóstol, nos dé fuerzas para conducirnos en este mundo no según las reglas y la prudencia de la carne, sino en toda sencillez de alma y con la sinceridad de Dios (2 Cor. 1, 12).

¿Queda algo que añadir a esta rectitud? "El AMOR, nos responde Jesús, porque amo a todos aquellos que me aman (Prov. 8, 17)." Pero este amor, para ser verdadero, habrá de parecerse al de los Magos y dar SU FRUTO. Este fruto será algo que nos impulse: 

1º A hacer a Jesús el sacrificio de todo impedimento para ir a él, de la misma manera que obraron los Santos Reyes al abandonar su país.

2º A que, sin demora, nos consagremos al Salvador con todo cuanto nos pertenece. De esta consagración se desprende para nosotros la obligación de apartarnos de los caminos humanos después de nuestra visita a Jesús, de ir con espíritu de fe por las rutas de la gracia, sobre todo en la oración, en las penas y en los combates.

¡Adorable Salvador mío, tesoro de cielos y tierra! Tú, que viniste a traernos la gracia de la salvación, inspírame el deseo vehemente de obtenerla. Siempre que te visite, sea en Belén, sea ante el Sagrario, concédeme los dones que devotamente te pida. Sobre todo, la pureza de corazón, la rectitud de intención y la fuerza necesaria para que, renunciando a mí mismo, pueda practicar el verdadero amor, siempre unido a ti. Cuántas veces me he lamentado de no tener suficiente tiempo para meditar, rezar, adorarte en tu santuario. Pero oigo tu voz, que me responde en la Imitación: "Si te apartaras de conversaciones superfluas y de andar ocioso y de oír novedades y murmuraciones (L. 1, c. 20) hallarás tiempo suficiente y a propósito para entregarte a santas meditaciones" y para visitarme en las iglesias, donde te espero para colmarte de bienes. Por la intercesión de María y de José, haz, Señor, que en bien de mi alma sepa aprovecharme de este precioso consejo.

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