11 DE ENERO. REGRESO DE LOS MAGOS A SUS TIERRAS

 ¡Cuántos progresos hicieron los Santos Reyes en el camino de la perfección durante su breve estancia EN BELÉN! Lo mismo que los Apóstoles al salir del Cenáculo, después de un retiro de diez días, iban llenos del Espíritu de Dios, empapados de alegría y de un santo deseo de dar a conocer por todas partes las maravillas que habían presenciado, las verdades que habían comprendido, los misterios que les habían sido revelados. ¡Cuánto trabajo les costaría abandonar aquellos lugares benditos, donde tantas gracias les habían sido otorgadas! ¡Qué tiernos serían sus ADIOSES, con cuánto amor besarían los pies del Niño divino y qué dócilmente escucharían los últimos consejos de María y de José, que, confirmándolos en la fe, los habían de ayudar a perseverar en ella hasta la muerte!

Los Magos marcharon tristes de Belén porque dejaban a Jesús. También nosotros debiéramos entristecernos siempre que dejamos al Señor. Pero al regresar los Reyes a su país tomaron OTRO CAMINO, enseñándonos con esto a cambiar nuestro rumbo por otro mejor, como resultado del trato con Jesús. Al llegar a su país los Reyes Magos, y de vuelta en sus hogares, se apresuraron a PREDICAR el nacimiento del Mesías prometido y a buscar discípulos a Jesús. Confirmaban sus palabras con su CONDUCTA, y al verlos tan humildes, tan pacientes, tan caritativos, tan recogidos, tan asiduos a la oración y tan llenos de fervor, cuantos los rodeaban se llenaban de admiración y se disponían a obedecer y a creer.

Este es el efecto que también debería producirse en nuestras almas después de tratar íntimamente con Jesús. Encontramos EN LAS IGLESIAS cuanto los Magos encontraron en Belén: 

1º Santos avisos y consejos, que nos dan los sacerdotes en el confesonario y desde el púlpito.

2º Dulces coloquios con María y José, ante sus imágenes.

3ºGracias innumerables que nos otorga el divino Redentor, presente sobre el altar o encerrado en el Sagrario. Aún más felices que los Magos podemos recibir a Jesús en nuestro corazón, por medio de la Sagrada Eucaristía; entonces ¡cuántas luces e inefables favores no derrama sobre nosotros!

¿Somos fieles en CORRESPONDER a tantas gracias? ¿Al volver de la iglesia podrían suponer por nuestro aspecto recogido y modesto que hemos visitado a Jesús, asistido al santo sacrificio y participado del banquete celestial? ¿No contrasta nuestro genio y nuestras impaciencias con la dulzura inefable del  inocente cordero que hemos recibido o visitado, y a quien quizá hemos prometido practicar la paciencia, el silencio y la mansedumbre en las contradicciones y en las contrariedades?

¡Oh Jesús, fuente inagotable de todo bien! Haz que sea cada día más fervoroso y más amante de tu adorable sacramento, para que, siguiendo el ejemplo de los santos Reyes Magos, alcance por tu dulce trato los preciosos frutos de la vida interior y de las más sólidas virtudes.

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