25 DE ENERO. LA CONVERSIÓN DE S. PABLO

 Saulo, o Pablo, no solo se convirtió, sino que en breves días se hizo SANTO CONSUMADO. Apenas oyó que le decía el Salvador: "Yo soy ese Jesús que tú persigues", cuando, lleno de respeto y temor, exclamó: "Señor, que quieres que yo haga?" ¿Podía contestar acaso de mejor manera a un Dios que le pedía su corazón y su voluntad?... Para que tuviera el mérito de la obediencia, Jesús le dirigió hacia Ananías, y Pablo, que había quedado ciego, pasó tres días sin comer y sin beber.

¿Qué hacía mientras duraba aquella completa separación del mundo, sumido en la muerte total de los sentidos? Repasaba en su imaginación lo que le había acontecido en la ruta de Damasco, y escuchaba lo que Jesús le iba diciendo en el recogimiento y la ORACIÓN, prometiendo poner en práctica todas las divinas enseñanzas. -Esa debiera ser también la ocupación del alma verdaderamente convertida a Dios: reconocer todos sus beneficios y escuchar atenta su voz.

Pero Pablo fue aún más lejos. Enseñado por el mismo Jesús (Gal. 1, 12), se hizo APÓSTOL desde su bautismo, quedando, al igual de los demás discípulos, repleto del Espíritu Santo. Desde entonces, con cuánta ardor predicaba en las sinagogas, a pesar de las amenazas y de las emboscadas de los judíos. "Yo le mostraré, había dicho el divino Maestro, todo lo que tendrá que padecer por mi nombre (Hechos 9, 16)." Más fuerte que todos los obstáculos, el nuevo cristiano no se intimidaba por nada, anunciando el Evangelio sin flaquear nunca en tan sublime misión. Fue el primero en colocarse ante la brecha, fue el más ardiente en la lucha y el más generoso en las pruebas y trabajos. La grandeza de su celo, paciencia y constancia nos demuestra la perfección de su amor y sus virtudes.

¡Oh corazón inflamado del Apóstol de las naciones! ¡Cómo deberíamos, al contemplarte, avergonzados de nuestra frialdad y cobardía! Apenas entraste en el redil, te diste a Dios sin reservas, mientras que nosotros, nacidos en el rebaño del Señor, dudamos en sacrificar a nuestro buen Pastor un pensamiento, un defecto o una afición, que son obstáculos para nuestro progreso espiritual. ¡Oh Jesús!, por intercesión de tu dulcísima Madre y de tu glorioso discípulo San Pablo, hazme abnegado en tu santo servicio, valiente para resistir a la tentación, paciente en las adversidades, humilde en todos mis éxitos y fiel a las gracias de que diariamente me colmas.

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