6 DE ENERO. MISTERIO DE LA EPIFANÍA

Como los Magos, hemos sido llamados a la fe, como ellos debemos obrar, impulsados por esta hermosa virtud. ¡Cuántas fatigas y cuántas angustias pasaron estos Santos Reyes hasta que llegaron a Jesús! La mirra que ofrecieron al divino Niño simbolizaba las mortificaciones y sufrimientos de aquel penoso viaje.

Uniéndonos a los Magos, nosotros, viajeros también, aprendamos como ellos a mortificarnos por Jesús. ¡Cuántas zarzas y espinas encontramos en nuestro viaje! Soportemos pacientemente los pinchazos, imitando a los Santos Reyes. Vayamos aún más lejos, mortifiquemos nuestros sentidos, para así adelantar más rápidamente en los senderos de la virtud.

Llegaremos a la meta deseada por medio de las gracias que la oración nos obtiene. San Juan vio cómo un Ángel echaba incienso sobre las brasas de su incensario, haciendo elevarse el humo al cielo. Humo de perfumes, dice él, que son las oraciones de los justos (Apoc. 8, 4). Oraciones que exhalan para Dios un aroma muy agradable y hacen descender sobre nosotros los más preciosos favores. De esta manera, somos capaces de hacer obras de fe, de mortificación, de renunciamiento de nosotros mismos, arrancando de nuestros corazones todos los sentimientos que obstaculizan el imperio del amor divino en nuestras almas.

Este amor, simbolizado por el oro de los Magos, como la oración por el incienso, es plenitud de santidad y atadura de perfección, siendo por consecuencia el blanco de todas las acciones que inspira la fe. De este modo, al ser nuestra fe vivificada por el amor, no abandonaremos el establo donde reposa el Niño divino, sin llenarnos como los Magos de este espíritu de fervor, que nos animará a llevar una vida de abnegación en servicio de Dios y del prójimo. -Tomemos la resolución de amar al Verbo encarnado, no gozando sino trabajando, sufriendo y sacrificando todo lo que no sea él. Así le amaron los santos, así especialmente la amaron los Reyes Magos.

¡Oh Jesús, Niño querido! No permitas que languidezca mi fe, no dejes que mi amor a ti sea amor cobarde, perezoso, sin actividad, sin energía. Dame fuerza de voluntad para ofrendarte todos los días: 1º la mirra de la mortificación de mis sentidos y pasiones; 2º el incienso de la meditación y de la oración frecuente; 3º el oro de la caridad, dándote mi amor y tratando a mi prójimo con dulzura, abnegándome por él y soportando todas sus flaquezas.

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