PRIMER DOMINGO DESPUÉS DE EPIFANÍA: FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA

 Dios juntó al hombre y a la mujer en matrimonio para formar una familia y formar no solo hombres, sino hijos de Dios y hombres adornados de todas las perfecciones naturales y sobrenaturales. El matrimonio no es, pues, un capricho, sino una institución natural y divina, y además una institución sobrenatural y un sacramento. Dios los unió para estos fines. El hombre no tiene derecho a envilecer y destruir lo que Dios unió.

Pero, desdichadamente, el hombre, los mismos esposos, son los que destrozan y afean esta comunidad sagrada de la familia. La familia cristiana, lejos de ser una copia del divino modelo de Nazaret, va envileciéndose por días y borrando aquel sello de santidad con que Dios la instituyó. -Lo primero que se desvirtúa en la familia es la AUTORIDAD. El hombre ya no es aquel vir justus, hombre virtuoso, como era San José (Mat. 1, 19), sino que frecuentemente se prevale de su autoridad, no es bien de la familia, sino para autorizar o encubrir sus vicios; para imponer a la familia el yugo de sus caprichos, de su cólera, de todas sus pasiones. El hombre, ¡cuán frecuentemente es infiel al amor de la mujer y al amor de sus hijos!

Pero si el hombre tortura u olvida a la familia, la mujer, cuando no es cristiana, la envilece y la corrompe. Porque la mujer tiene en la familia las funciones más delicadas: ella es la que moldea el alma de los hijos, la que cimenta en ellas las virtudes viriles, la que pone las reservas de piedad y rectitud para las tormentas del día de mañana. ¿Dónde está la fidelidad a sus deberes cuando anda embebida en mil vanidades, ocupando más tiempo su pensamiento en la moda, en la belleza o el halago de un amistad peligrosa que en la santificación y la educación de los hijos? ¿Por qué no hacer un examen minucioso de conciencia, sincero y con miras a la enmienda? Si, hay grados en este desorden; pero ¿Qué madre no está en alguno de ellos?

Lo segundo que en la familia se conculca es la OBEDIENCIA. Hoy apenas los hijos obedecen...¡Cuántas veces oímos a padres y madres lamentarse de este hecho doloroso: ¡No obedecen! -Tal vez, ¡oh padres!, sois vosotros la causa, indudablemente la más eficaz, de esta desobediencia. ¿Cómo van a obedecer vuestros hijos si tú, madre, no obedeces a tu marido, si le difamas ante tus hijos, si prefieres la libertad de irte con tus amigas? ¿Cómo te obedecerán a ti, padre, los que son víctimas de tu crueldad y capricho y espectadores de tus desórdenes? ¿Cómo os obedecerán los hijos si olvidáis su formación moral y tenéis con ellos las más cobardes condescendencias? Examinemos, meditemos, resolvamos:

1º Echar a menudo una mirada al modelo de la Sagrada Familia.

2º Implantar en nuestra casa prácticamente los principios fundamentales de AUTORIDAD y OBEDIENCIA.

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