13 DE FEBRERO. EL SERVICIO DE DIOS

 El mero hecho de ser servidores de Dios es para nosotros un honor que equivale a las más grandes recompensas; pero el Señor, que es infinitamente generoso, no tan solo nos concede este honor, sino que además nos dice: "Id a mi viña y trabajad en ella, que yo os recompensaré con lo que sea justo." Pero el pago que nos da, es mucho mayor de cuanto podemos imaginar; porque aunque no nos paremos a considerar cuán puras son las alegría, cuán inefables lo consuelos y cuán inestimables los dones con que aun en la tierra regala a quienes le sirven, nunca podremos darnos cuenta suficiente de la magnitud del premio que, en el reino eterno, tiene el Señor reservado a quienes por él trabajan. Este premio está simbolizado en la moneda que, como salario, recibían los obreros al terminar la jornada, y que habremos de recibir también nosotros cuando acabemos la penosa jornada de la vida.

Lo que LOS SANTOS DICEN de este premio sobrepasa a cuanto pudiéramos imaginar. San Bernardo asegura que "aunque hubiéramos nacido al principio del mundo y trabajado en él por espacio de cien mil años en procurar la gloria de Dios, no hubiera aún estado en proporción nuestro trabajo con la bienaventuranza que en el cielo nos está reservada". Y esta maravillosa bienaventuranza, que no podemos en nuestra corta inteligencia llegar a comprender, Dios nos la ha prometido en pago de unos cuantos años pasados en su servicio. ¡Qué generosidad la suya tan sin límites! Dice San Agustín que "la felicidad de los escogidos es tan grande, que para gozarla solo un día sería poco privarse aquí de innumerables años de goces y placeres". Y tú, Dios mío, nos aseguras esa dicha para toda la eternidad; solamente pides como precio que renunciemos a nosotros mismos, al mundo y al pecado. ¡Oh infinita caridad e inagotable bondad! ¿Cómo podría yo alabarte y rendirte las acciones de gracias que te son debidas?

San Juan Crisóstomo dice: "Aunque tuviéramos que morir mil veces y padecer los tormentos del infierno, no habríamos pagado demasiado caro la felicidad de estar entre los elegidos." ¿Podemos compaginar estos sentimientos de los santos con nuestro horror al sufrimiento, con nuestra cobardía en la oración, con nuestra debilidad en la lucha contra nosotros mismos, con nuestra inconstancia en el fervor, con nuestra negligencia en cumplir las obligaciones para con Dios y con nuestra falta de exactitud en su santo servicio?

Todos los jornaleros que trabajaron en la viña del padre de familias recibieron el mismo salario, pues aunque no todos empezaron el trabajo a la misma hora, todos emplearon bien el tiempo que le fue concedido. No es el número de años pasados en el servicio de Dios lo que pesa en la balanza divina, sino el cuidado y el celo que se pone en su servicio y la fidelidad con que se secundan los designios que Dios tiene sobre nosotros. Examinémonos y veamos cuál es nuestra manera de conducirnos, si es digna del salario prometido.

¡Oh divino Redentor mío!, ayúdame a conseguirlo y dame las fuerzas necesarias: 

  1. Para no perder un solo instante del tiempo concedido, a fin de que me santifique.
  2. Para que siga el camino de la obediencia y obre siempre al dictado de las inspiraciones del Espíritu Santo, ya que este es el medio seguro de conseguir tu amor y cumplir tu divina voluntad.

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