20 Febrero El Sembrador

 Dice san Jerónimo que «este sembrador es el Hijo de Dios, que ha venido a sembrar entre los pueblos la palabra de su Padre»

En efecto, Dios ha hablado. Por amor, se ha revelado y se ha entregado al hombre. De este modo da una respuesta definitiva y sobreabundante a las cuestiones que el hombre se plantea sobre el sentido y la finalidad de su vida: «Muchas veces y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros antepasados por medio de los profetas, ahora en este momento final nos ha hablado por medio del Hijo» (Heb 1, 1-2).

Más allá del testimonio que Dios da de sí mismo en las cosas creadas, se manifestó a nuestros primeros padres. Más tarde, eligió a Abraham y selló una alianza con él y su descendencia. De él formó a su pueblo, al que reveló su ley por medio de Moisés y preparó por los profetas para acoger la salvación destinada a toda la humanidad. Dios se ha revelado plenamente enviando a su propio Hijo, en quien ha establecido su alianza para siempre.

El Hijo es la Palabra definitiva del Padre, de manera que no habrá ya otra Revelación después de Él. Pero el mismo Jesús dice al enviar a los apóstoles: «El que os recibe a vosotros, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado» (Mt 10, 40). Y esto vale también para sus sucesores, por eso «sabemos las verdades que Dios ha revelado por medio de la santa Iglesia, que es infalible».

La respuesta adecuada a la revelación de Dios es la fe del hombre. Obedecer («ob-audire») en la fe, es someterse libremente a la palabra escuchada, porque su verdad está garantizada por Dios, la Verdad misma. La fe es una gracia, pero también un acto humano

«No es culpable el sembrador de que se pierda la mayor parte de la siembra, sino la tierra que la recibe, es decir, el alma, porque el sembrador, al cumplir su misión, no distingue al rico ni al pobre, ni al sabio ni al ignorante, sino que habla indistintamente a todos, en previsión, sin embargo, de lo que había de resultar».

Dios cuenta con el buen uso de la libertad y la personal correspondencia de cada uno de nosotros. Espera que seamos un buen terreno que acoja su palabra y dé frutos: «Lo único que nos importa es no ser camino, ni pedregal, ni cardos, sino tierra buena».

A su vez, si queremos y somos dóciles, el Señor está dispuesto a cambiar en nosotros todo lo que sea necesario para transformarnos en tierra buena y fértil. Hasta lo más profundo de nuestro ser, el corazón, puede verse renovado si nos dejamos arrastrar por la gracia de Dios, siempre tan abundante. Examinemos si estamos correspondiendo a las gracias que el Señor nos está dando, si aplicamos el examen de conciencia y la Confesión frecuente. Si preparamos el alma para recibir las inspiraciones de Dios…

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