24 DE FEBRERO. SAN MATÍAS, APÓSTOL

Comprendiendo los deberes que el apostolado le imponía, San Matías puso todo empeño en CUMPLIRLOS FIELMENTE. Recibido el Espíritu Santo, puso de manifiesto el celo que le devoraba y supo atraer al Evangelio a muchos judíos. Después de haber predicado a éstos la palabra divina, marchó a Etiopía y allí se presentó, al decir De Clemente de Alejandría, llevando en su cuerpo las señales de la mortificación de Jesús y haciendo con su ejemplo y su palabra que todos se enamorasen de la Cruz. San Matías sabía unir a una ardiente caridad el más minucioso cuidado de la perfección, y convencido de que no es posible hacer bien a los demás sin estar uno mismo animado del espíritu de Dios, vivía constantemente unido a su Creador.

De la misma manera deberíamos obrar los cristianos, porque todos, y en el estado en que hemos sido colocados por Dios, SOMOS LLAMADOS a la santidad. Sin embargo, existen almas cuya vocación en más decidida y está más de manifiesto. Tal vez nosotros seamos también de esas almas privilegiadas. No podemos dudar de la llamada de Dios, que nos ha prevenido con tantísimas gracias y nos pide que lleguemos a la perfección. ¡Cuántas pruebas de esto nos ha dado el Señor! Todos los días nos ilumina, nos atrae hacia el bien y nos proporciona ocasiones y medios para adelantar en el camino de la virtud. ¡Cuántas meditaciones, cuántas Misas, cuántas Comuniones, oraciones y lecturas piadosas nos van estimulando y ayudando a conseguirlo!

Y ¡cuántas veces nos hace Dios oír su voz para animarnos a ser humildes, más recogido, menos preocupados por los asuntos del siglo, más resignados en las pruebas y contrariedades, esta voz que es la voz de la conciencia, es al mismo tiempo la voz de Dios, que nos pide renunciemos por su amor a nuestros defectos y apegos, para entregarnos a él totalmente. "El Señor nos ha escogido desde toda la eternidad, dice el apóstol, para que seamos santos e irreprensibles a sus ojos."

¡Dios mío! ¡Qué cuenta tan estrecha habré de rendirte algún día de la innumerables gracias recibidas y de las que tan poco aprovechó mi alma! Infúndeme grandes deseos de llegar a la santidad y valor para aspirar todos los días a tan alto fin, valiéndome de los siguientes medios:

  1. Del espíritu de RECOGIMIENTO y de oración, que me aleje de toda preocupación inútil y me una estrechamente a ti.
  2. De la vigilancia y abnegación, que, reformando mi carácter, sujeten mi natural y frenen mis inclinaciones perversas, para de esa manera facilitarme el ejercicio de las virtudes más necesarias, para llegar a la perfección a la que llegaron los santos.

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