25 DE FEBRERO. LO QUE DEBEMOS PEDIR A DIOS

 En la VIDA PRESENTE necesitamos pan para alimento del cuerpo, y para sustento del alma un alimento espiritual, principalmente el manjar divino de la sagrada Eucaristía. Pedimos estos al decir: "El pan nuestro de cada día, dánosle hoy." -EL ALMA , aún más que el cuerpo, necesita de alimentos que la robustezcan y vivifiquen; el espíritu suele estar hambriento de verdad; esta verdad la encontramos en la fe, en las lecturas espirituales y en las meditaciones, cuando escuchamos la palabra de Dios, cuando recordamos la presencia divina y los misterios de la vida del Redentor. Y el alimento de nuestros CORAZONES, sin el cual no tendrían vida, son los Sacramentos, la oración, los afectos piadosos, las buenas resoluciones llevadas a la práctica y el amor divino. -En nuestra oración pedimos a Dios nos conceda estos alimentos, y al mismo tiempo le suplicamos nos otorgue la gracia que necesitamos para usar de ellos en provecho de nuestra alma.

Pero ¿no hemos, quizá, en NUESTRO PASADO cometido muchas faltas? ¿No hemos contraído con Dios muchas deudas por nuestros pecados? ¿Cómo alcanzaremos la entera remisión de todas ellas? ¿Cómo alcanzaremos el perdón? Pues perdonando a nuestros prójimos las deudas que ellos también contrajeron con nosotros, a decir: perdonándoles de corazón, siempre que nos juzguemos ofendidos por ellos. La Bondad infinita y desinteresada del Señor es así: perdona nuestras faltas, pero con la única condición de que nosotros también olvidemos las injurias que se nos hayan hecho.

¡Cuánto hemos de temer en LO POR VENIR de nuestra salvación eterna! Estamos rodeados de peligros y de ocasiones de pecar que sin cesar se nos presentan. ¿Cómo podremos librarnos de semejantes males? Únicamente suplicando a nuestro Padre celestial que no nos deje caer en la tentación. Y pidiéndole, por añadidura, que nos libre de todo mal, es decir: de los males del cuerpo y del alma en esta vida y en la otra. Seria inútil enumerarlos todos, porque no acabaríamos nunca de hacerlo; pero entre estos males son los peores: el pecado y la condenación eterna.

¡Dios mío y Padre mío! Dígnate, ante todo, preservarme de lo más terrible de cuanto pudiera acontecerme, que sería caer en PECADO MORTAL; caída que engendraría en mí los más crueles remordimientos y me llevaría a los abismos del infierno. Hazme huir de las culpas veniales, tan severamente castigadas en el fuego del purgatorio; y como anhelo tu PERDÓN, dame fuerzas para perdonar siempre a mis enemigos, para hacerte así olvidar las culpas contra ti cometidas. ¡Oh Señor bueno! No me niegues el pan que habrá de alimentar mi cuerpo, ni tampoco me prives jamás del pan del alma, del pan fortificante de la oración, del pan divino y sabrosísimo de la Eucaristía.

Y por último, concédeme las fuerzas que necesito para:

  1. Combatir las vanas complacencias, tan contrarias a mi resolución de GLORIFICARTE solo a ti.
  2. Evitar todo lo que pudiera ser perjudicial al reinado perfecto de la GRACIA divina en mi alma.
  3. Renunciar a mis gustos y aficiones, para preferir siempre y en todo tu santísima VOLUNTAD, que debiera cumplirse en la tierra con el mismo amor con que se cumple en los cielos.


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