28 DE FEBRERO. LA SAGRADA EUCARISTÍA

 En qué espantosas tinieblas estaba sumida la tierra antes de la venida de Nuestro Señor y de la institución de  la Sagrada Eucaristía. el padre de la mentira había seducido casi todos los espíritus. Pero al aparecer la LUZ  que había de alumbrar a todo hombre venido a este mundo, es cuanto la influencia eucarística pudo obrar sobre las almas, las inteligencias se abrieron a la verdad y los esplendores del Evangelio brillaron con fulgor. Aun en nuestros días podemos observar cómo todas las sectas que abandonan la Eucaristía pierden en poco tiempo las luces evangélicas que le quedaban. Es que Jesús, en el santísimo Sacramento, es el Sol del firmamento de la Iglesia e ilumina con sus resplandores los corazones de los fieles que a él se acercan.

¿Queremos encontrar en abundancia los socorros que necesitamos? Vayamos a nuestro Dios, pues se halla entre nosotros. Él es quien, después de haber creado el universo, doblegó con su poder las potencias infernales y triunfó de la muerte y del pecado. "Tened confianza, nos dice, yo he vencido al mundo (Juan 16, 33)." Al arrodillarnos ante el altar y al acercarnos al comulgatorio, ¡qué fuerza tan grande se nos dará para enfrentarnos con nuestros enemigos! Qué fácil nos será entonces dominar en nosotros el espíritu del mundo, las tentaciones del infierno y las inclinaciones al mal. Jesús velado por las especies sacramentales, es el Dios fuerte que habrá de sostenernos en las luchas de la vida.

Según el Doctor Angélico, TODOS LOS SACRAMENTOS tienen su fin y su consumación en la divina Eucaristía. la oración encuentra en ella su alimento y la piedad su unción. Modelo de la virtud es la Eucaristía, porque en ella está Jesús humilde y escondido; allá está dócil y obediente, dispensador de bienes y fuente de inocencia y de pureza, siendo constantes su recogimiento y su contemplación. Su caridad, celo y abnegación se ejercitan noche y día en favorecernos a todos. ¿Cabe más surtido arsenal para nuestra salvación y perfeccionamiento?

Amabilísimo Salvador mío, ¿por qué no sé yo apreciar, como es debido, el don inestimable de tu presencia eucarística? Haz que, al conocer tus grandezas y la riqueza de gracias que en ti se reúne, pueda adorarte, amarte y santificarme según tu deseo. Estoy firmemente RESUELTO:

  1. A aumentar mi celo por tu culto, que es deber de justicia, agradecimiento y amor.
  2. A ser mucho más fervoroso en la santa Misa, en la sagrada comunión, y en las visitas que diariamente quiero hacerte en los sagrarios donde habitas. Quiero honrarte con fe viva, confianza filial y tierna devoción.

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