4 DE FEBRERO. PRIMER VIERNES DE MES: NUESTRA CONFIANZA EN EL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

 Tenemos la certeza de que el Corazón de Jesús es bueno y poderoso; pero su poder y bondad no nos inspirarían la entera confianza que en él tenemos de no haber sido refrendada por las promesas que nos hizo. Son promesas magníficas que no dejará de cumplir. El Señor es FIEL por su misma naturaleza, ya que es la Verdad por esencia. "El cielo y la tierra pasarán, dijo nuestro divino Redentor, pero mis palabras no fallarán (Mat. 24, 35)." Confiemos firmemente en cuanto nos ha asegurado y vayamos en pos de él, como fueron  los discípulos Juan y Andrés, después de haber escuchado su palabra divina (Jn. 1, 37). No nos rechazará cuando vayamos a él (Jn. 6, 37), porque ama a los que le aman (Proverbios 8, 17); y siempre que sea conveniente a nuestra alma, nos concederá las gracias que le pidamos (Jn. 16, 24).

Todas sus generosas y consoladoras promesas, el Señor las CUMPLIÓ siempre FIELMENTE. ¿Qué pecador, por grande y criminal, no fue recibido como el Hijo pródigo, si arrepentido de sus culpas llamó a las puertas de su Corazón? El mismo Judas hubiera sido por él perdonado si no se hubiera abandonado a la desesperación. No hay alma que le implore al pie de los altares donde habita que no haya sido allí mismo consolada, fortificada, animada a perseverar en su amor y a tener confianza en su divina misericordia. Y si Jesús en lo pasado fue siempre fiel a sus promesas, ¿por qué no habría de cumplirlas ahora?

Luego no tenemos DISCULPA cuando alimentamos sentimientos de desconfianza, de excesivo temor o de cobardía; cuando, después de haber caído en la tentación, nos desesperamos, nos angustiamos, nos llenamos de inquietudes, en vez de recurrir a Jesús, quien únicamente puede remediar todos nuestros males. Cuánto tiempo desperdiciamos, entretenidos en pensamientos tristes e inútiles, que, si lo hubiéramos empleado en orar confiadamente, nos hubiera valido para penetrar hasta el Corazón misericordiosísimo del Señor, remedio para nuestras penas, alivio para nuestros males, donde veríamos disiparse totalmente nuestra falta de confianza. 

¡Oh Corazón de mi divino Redentor!, ¿Dónde mejor que en ti podría yo jamás esconderme más seguro y tranquilo? Por intercesión de María, tu amabilísima Madre, te suplico me concedas las siguientes gracias:

  1. MEDITAR con frecuencia en tu bondad, tu poder, tus infinitos merecimientos y tu fidelidad en cumplir las promesas.
  2. No dejar ni un día de pedirte que me otorgues el don de una perfecta confianza en ti; confianza que será para mí la llave que me abra el tesoro de tus gracias.

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