9 DE ENERO. NUESTRA CONFIANZA EN JESÚS

 El amor que Jesús nos demuestra al entregarse por nosotros es gran motivo de confianza en su bondad, sin embargo, LAS PROMESAS que se dignó hacernos aumentan nuestra confianza, porque nos hacen ver qué designios tiene el Señor sobre nosotros. Si un hombre de honor, rico, poderoso, bueno y virtuoso, nos diera su palabra, la confirmara por escrito, la sellara con su sangre y quisiera hacerla inviolable bajo el juramento más sagrado, ¿podríamos dudar un instante de la sinceridad de su promesa?

Pues nuestro divino Salvador, que es la VERDAD MISMA, la Sabiduría infalible, el Poder a quien nada puede resistirse, nos asegura y promete que quiere salvarnos, que nos salvará realmente si nosotros también lo queremos. Esta promesa, que resume cuantas nos ha hecho, nos fue transmitida por la Sagrada Escritura y la Tradición, y Jesús quiso sellarla con su sangre divina. ¿Qué más podríamos desear? Y dice San Vicente de Paúl "que lo mismo que nunca creeríamos con exceso, tampoco podríamos tener en Dios una confianza excesiva." La verdadera esperanza jamás será demasiado grande, porque se funda en la lealtad y en la verdad de aquél que es todopoderoso y no puede engañarnos.

Pero la consideración de nuestras MISERIAS ¿no debilitará esa confianza? En absoluto, porque el Señor nos otorga sus gracias, no por nuestros méritos, sino en virtud de las promesas y de los méritos de Jesús. Sin pecamos por desconfianza, será señal de que todavía nos apoyamos en nosotros mismos y no únicamente en Dios. Por eso nuestro corazón se estremece de esperanza siempre que sentimos la emoción de la gracia en el alma; por el contrario, desfallecemos en cuanto esta gracia sensible nos abandona, como si la palabra de Dios se dirigiese tan solo a nuestros sentimientos y no a nuestra fe, que nunca habrá de variar, aun cuando todo cambie a nuestro alrededor y en nosotros mismos y lleguemos hasta pensar que Dios nos ha abandonad.

¡Oh Jesús! Los réprobos en el infierno no pueden esperar en ti, porque para ellos ya no hay remedio ni redención. Pero yo, a pesar de ser pobre y miserable criatura, siempre puedo esperar en ti, porque confío en tu divina palabra, que te obliga a perdonarme y a salvarme, siempre que yo lo quiera. Mi corazón es muy pequeño para estimarte y amarte; dilátamelo, Señor, por la confianza en tu palabra, en tus méritos y en tu Infinita bondad. Quiero de ahora en adelante:

  1. Meditar con frecuencia en tu Pasión y recordar sin cesar tu inviolable fidelidad.
  2. Refugiarme dentro de tus llagas y en el corazón de tu Madre amorosa, que también es Madre mía, tantas veces como el enemigo pretenda perjudicarme o hacerme caer en las redes del pecado.

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