1 DE MARZO. EL SACRIFICIO DEL ALTAR

Si entendiésemos como los ángeles las grandezas de Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, con qué PROFUNDA RELIGIOSIDAD y respeto nos presentaríamos ante el altar donde se celebrase el divino Sacrificio. "¿A qué se debe, le preguntaron a San Martín, ese temblor que en vos se observa cuando entráis en una iglesia? -¿Cómo no habré de temblar, respondió el Santo, cuando me encuentro ante la presencia de mi Juez?" Criaturas mezquinas, somos cuando átomos imperceptibles ante la divina majestad infinita; y, si le debemos nuestro más profundo respeto cuando le imploramos en nuestras casas, ¡Cuánto más respeto tiene aún que inspirarnos cuando asistimos en su mismo santuario a la oración por excelencia, que es el santo Sacrificio de la Misa!
Al respeto debemos unir la DEVOCIÓN, y la devoción consiste, como dice Santo Tomás, en: "La voluntad de emplearse prontamente en todo aquello que se relaciona con el servicio de Dios." Se obtiene esta devoción, añade, al considerar la bondad del Señor y todos los beneficios de que nos ha colmado, y no cabe mayor beneficio que el don que nos ha hecho de Jesús. Él, como Víctima y Sacerdote, se ofrece en nuestras iglesias, dándonos con esto más que suficiente motivo para disponer nuestros corazones a amar y a servir a tan buen y generoso Maestro. Estas disposiciones son precisamente la verdadera devoción. Con ella nos dispondremos a ser víctimas voluntarias del beneplácito de Dios, uniéndonos en la santa Misa al sacrificio de su divino Hijo.
La PUREZA  interior añade un brillo especial a nuestras demás disposiciones para oír o celebrar el santo sacrificio. ¡Con cuánta inocencia y horror al pecado, dice el Concilio de Trento, debe uno acercarse al altar! El alba blanca con que se reviste el Sacerdote y los lienzos que usa para celebrar son símbolo de la gran pureza de pensamientos, conciencia, deseos y afectos que debería revestirnos interiormente.
Pidamos esta pureza al comenzar la Misa y al decir el Confiteor, haciendo también actos de profundo ARREPENTIMIENTO y de amor. Repitamos con David esta hermosa invocación: "Señor, crea en mí un corazón puro, y renueva en mi interior el espíritu de rectitud (S. 50, 121)." Haz que mi corazón aborrezca la más ligeras faltas y que no se apegue a los bienes terrenales. Infunde en mí la rectitud del espíritu para no desviarme jamás de los caminos del cielo, por los engaños de este mundo, ni por olvidarme de mi último fin, buscando a las criaturas en lugar de buscarte a ti, mi Creador. -Te ofrezco en este momento y en todos los de este día las Misas que habrán de celebrarse en el mundo entero, como reparación de las ofensas que en estos días de pecado se cometan.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Lecc XXII EXPLICACION DE DIOS (1)

LA VIDA INTERIOR

Lecc 21 EXISTENCIA DE DIOS (4)