12 DE MARZO. EL MARTIRIO DE MARÍA

 Admiremos profundamente la constancia sin igual de María Santísima, que, al pie de la cruz, estaba abismada en un mar de tribulaciones como roca en mitad del océano. Al contemplarla tan VALIENTE y resignada, ¿Quién no se sentiría capaz de soportar con paciencia las pruebas de la vida? Pero si esta divina Madre pudo soportar tantas amarguras fue por alcanzar los más NOBLES FINES, dignos únicamente de su gran corazón. Y no era la necesidad quien la forzaba a tanto dolor, sino el inmenso deseo de honrar a su Creador. Quería con sus sufrimientos reconocer el soberano dominio del Dios tres veces Santo sobre todas las criaturas, dándole por ello gloria. Dichosa en poder cumplir de este modo la voluntad divina e imitar a Jesús por el dolor, fue su objeto principal testimoniar al Señor constante amor y generosa abnegación.

Si en las pruebas de esta vida participásemos de los sentimientos de la Virgen Santísima, si supliéramos respetar los derechos de Dios sobre nosotros, entendiésemos que dependemos de él en absoluto y confesáramos las innumerables deudas contraídas con la divina justicia, ¿estaríamos tan poco resignados en la penas y en la adversidad? Desde que la cruz del Redentor fue enarbolada sobre el Calvario, fuimos redimidos gracias a los tormentos del Hombre-Dios, LA LEY DEL SUFRIMIENTO, escrita con sangre en el cuerpo del Señor, deberá también escribirse en nuestros corazones, como antes lo fue en el corazón purísimo de María. Esta Virgen fiel, a pesar de su inocencia, no se extrañó de sufrir a la par que su Hijo inocente. ¿Cómo, entonces, nosotros, tan culpables, nos atrevemos a decir que nuestras pruebas son crueles y que no comprendemos el porqué de nuestras penas?

Dios mío, tú dijiste: "Castigo a aquél que amo, y a cualquiera que reciba por hijo mío le azoto y le pruebo con adversidades (Hebreos 12, 6)." Pues si a mí me perdonases, no sería yo, al decir del Apóstol, tu hijo legítimo, sobre todo después de haber sido engendrado a la vida de la gracia y a la divina filiación a costa de los sufrimientos del Redentor y de su Santísima Madre. Dame fuerzas para abrazarme sin queja a las penas y dificultades de la vida. Infunde en mí la voluntad que habré menester para vencerme, sobre todo cuando por humillación, contrariedad, mal humor, la pena se adueñe de mí. No permitas que tenga la pretensión de ser compadecido por los demás cuando me encuentre abatido; haz que, por el contrario, sepa compadecerme de los sufrimientos ajenos, sobre todo de los del Salvador y de su dulcísima Madre, Madre mía también. Estoy firmemente RESUELTO a ponerme junto a María en todas las adversidades: EN PIE por el valor, AL LADO de la CRUZ por la paciencia y JUNTO a Jesús por la oración, la confianza y el amor.

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