14 DE MARZO. LA ORACIÓN

 No son los consuelos espirituales los que debemos buscar en la oración, sino el VERDADERO PROGRESO de nuestra alma. Tal progreso habrá de consistir en la enmienda de defectos, en la pureza del corazón, en la conformidad con la voluntad divina y en la verdadera caridad. Santa Teresa aseguraba que podría contentarse toda la vida con la aridez de la oración, si por tal medio se hiciese más humilde, más sumisa a Dios y más fiel a su gracia. -No son las dulzuras gustadas en la oración las que aseguran el fruto de la meditación, sino las profundas convicciones que en ella se adquieren respecto a las verdades de la fe, y las firmes resoluciones que tomamos para el mejoramiento de nuestra conducta. Nuestro corazón es por natural duro e indómito, y no existe nada tan capaz de ablandarlo como el fuego de la oración, en el que aprende a doblegarse a todas las disposiciones divinas y a todas las exigencias de la vida interior y sobrenatural.

Propongámonos además por la oración obtener GRACIAS DE SANTIFICACIÓN. Estas nos serán únicamente concedidas en virtud de la oración, en cualquiera de sus múltiples formas: sea como impulso del corazón, sea como santos deseos, fervientes aspiraciones, actos de contrición, de confianza y de amor. Todos estos afectos dimanan de los pensamientos que nos sugiere el Espíritu Santo, y son como la miel de la oración, miel que alimentará durante el día nuestra unión con Dios, haciéndonos capaces de practicar las virtudes.

¿Son éstos los fines que nos proponemos en la oración? ¿Cuáles son los EFECTOS de la meditación de las verdades eternas? ¿Nos disponemos a huir de la tibieza, venciéndonos con valor, obedeciendo sin réplica, recibiendo apaciblemente las contrariedades, soportando los defectos ajenos, rezando frecuentemente y buscando solo a Dios en nuestras acciones? Estos son los frutos de la oración fervorosa, pero ¿los hemos recogido siempre?

Dios mío, cuántos tesoros de gracias desperdiciados, al omitir mi oración o al hacerla con negligencia. Por los méritos de Jesús, y de María y de José cuando oraban en Nazaret, te suplico me concedas valor para:

  1. Hacer todas las mañanas con seriedad la meditación, y sacar fruto de ella.
  2. Para recoger de todas mis meditaciones algún santo pensamiento, algún saludable afecto o resolución que sirva durante el día de alimento a mi alma.

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