15 DE MARZO. LA MEDITACIÓN

 San Francisco de Asís, estando en oración sobre el monte Alverna, fue visto rodeado de luz, oyéndosele  exclamar: "Dios mío, ¿Quién sois Vos, y quién soy yo?" Estas solas palabras fueron suficientes para que continuara y prolongara su meditación. No nos extrañemos; esta sencilla exclamación encierra en sí toda la santidad para un alma que sabe reflexionar. Dios lo es todo, nosotros nada. De aquí se desprende que dependemos totalmente de él, y por eso necesitamos de constante oración; de aquí también la obligación de creer cuanto nos enseña, de esperar en lo que nos promete, de amar y cumplir lo que nos ordena y de aceptar sumisos las pruebas que nos envíe, por muy duras que nos parezcan. Luego, estas solas palabras bien meditadas encierran en sí la más consumada perfección.

Dice Santa Teresa que también se lleva rápidamente a la perfección viviendo siempre bajo la MIRADA de Dios. En efecto, el pensamiento de: "Dios me ve" es capaz de hacernos vivir santamente a poco que lo meditemos. "Dios me ve"; es decir, Dios, grandeza, majestad, sabiduría, poder y santidad infinita. ¿Cómo atrevernos a ofenderle en su presencia, aunque solo fuera levemente? "Dios me ve", ¡cómo estimulan estas palabras al bien, qué fuerza dan contra la tentación, cuánta paciencia en los trabajos, qué precisión en el cumplimiento del deber, cuánta caridad nos infunden con el prójimo!

Si siempre tuviésemos en la memoria algún santo pensamiento que nos sirviese de regla de conducta, no nos distraeríamos tanto en la oración, ni en la acción de gracias después de la comunión; ni nos repugnaría tanto la obediencia y sabríamos soportar los reproches y contrariedades. Tomemos, pues, la costumbre de meditar ciertas sentencias que con facilidad se nos vengan a la imaginación, que nos hayan impresionado en algún ejercicio espiritual, o sermón, o libro piadoso. Pueden sernos de gran remedio en los decaimientos y tristezas; -pueden ser fuerza que nos impulse a bien obrar; -alimento para nuestra vida interior, -medio excelente para afirmarnos en la virtud, haciéndonos progresar en ella de día en día.

Jesús mío, estoy resuelto a conservar cuidadosamente, como perlas preciosas, las santas reflexiones que tú quieras inspirarme. Dame la gracia de imitar en esto a la Reina de los santos, de quien fue dicho: "María conservaba todas estas cosas dentro de sí, ponderándolas en su corazón." 

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