19 DE MARZO. EL PATRIARCA DE NAZARET

 El Espíritu Santo inspiró estas palabras que califican a San José: "El Esposo de María era hombre justo." (Mateo 1, 19). La palabra "justo" equivale a "santo", calificando a una persona; por tanto, la designa como llena de virtudes; pero cuando esta palabra va unida al titulo de Esposo de María, adquiere una fuerza maravillosa, que da a la santidad de José toda la grandeza sobrenatural que la dignidad de Esposo de la Madre de Dios le confiere. La santidad de San José estuvo proporcionada a su encumbramiento sobre los demás santos, no solo por ser esposo de María, sino por ser también, como consecuencia de título tan glorioso, Padre putativo de Jesús y el Jefe legítimo de la Sagrada Familia. ¡Misterio incomprensible!

¡Cuán maravillosa fue la PUREZA de José! Porque a él le cupo la honra de ser el fiel custodio de la virginidad de la única criatura que por singular privilegio fue inmaculada en su concepción y luego Madre de Dios, sin dejar por ello de ser Virgen. Seguramente que los ángeles, tan amigos del candor y la inocencia, se complacerían visitando a José durante su vida mortal, viendo en él un émulo más aventajado en pureza. Los ángeles comunicaron muchas veces con José durante su vida mortal; ellos le confiaron el misterio de la Encarnación del Verbo (Mateo 1, 20); le informaron del misterio de nuestra Redención, que Jesús había de obrar (Mateo 1, 21); le tranquilizaron acerca de la maternidad de María Santísima; le revelaron el nombre que había de dar al Niño divino; le previnieron de la persecución del rey Herodes; le hicieron tornar de Egipto a Palestina; le indicaron que habitara en Galilea, evitando la cercanía del rey Arquelao (mateo 1, 21; 2, 13-19-22); Los ángeles le llevarían gozosos semejantes mensajes, porque para ellos sería gratísimo conversar con José, cuya virginal pureza los perfumaba con su dulcísimo aroma, y se sentirían atraídos a su servicio por sus excelsas virtudes.

Sería para nosotros imposible considerar una por una las virtudes de San José. Pero dice San Agustín que la HUMILDAD es como el principio, el medio y el fin o la cima de la perfección. Por esta virtud, pues, podremos apreciar la grandeza del edificio de santidad que edificó José en su corazón, siempre fiel a la gracia. Para formarnos una idea de ello, consideremos, por una parte, su dignidad de padre putativo de Jesús, sin olvidar que la recibió del cielo; por otra parte, consideremos su vida humilde y escondida hasta la muerte, vida de sencillo artesano. Ningún santo, aparte la Madre de Dios, pudo unir tal rebajamiento voluntario a tanta grandeza real, siendo ésta la prueba más evidente de la excepcional solidez de su virtud.

Además, así como a los rayos del sol se abren los más hermosos capullos y florecen los lirios, las violetas, las rosas y todas las demás flores, de la misma manera San José, expuesto constantemente a los rayos esplendorosos y vivificantes del Sol de Justicia y a los dulces destellos de la Luna mística, veía florecer en el jardín de su alma las flores de la humildad, de la pureza y de las demás virtudes. Durante largos años vivió bajo la INFLUENCIA  de las luces y de los ardores de Jesús y de María, siendo siempre dócil a ella. Luego ¿Qué tiene de extraño que, exceptuando a su purísima esposa, San José sobrepase en santidad a todas las criaturas?

¡Oh Santo gloriosísimo! Dame valor para imitar tu humildad y tu pureza; para que, siguiendo en ello tu ejemplo, pueda irme desprendiendo de mí mismo y de los bienes terrenales, para unirme más estrechamente a Dios cada día.

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