23 DE MARZO. EL TEMOR DE DIOS

 "Es verdad que pasamos vida pobre, decía Tobías a su hijo, pero tendremos grandes riquezas si tenemos a Dios (Tobías 4, 23)." Efectivamente, el Señor colma de bienes a los que le temen, dice la Escritura; los cubre con su PROTECCIÓN y los rodea de especial providencia; los preserva del pecado y los sustenta espiritual y temporalmente (Salmo 32, 18). "La misericordia del Señor, prosigue la Escritura, permanece para siempre sobre los que le temen (Salmo 112, 17)." "Condescenderá con la voluntad de los mismos oirá benigno sus peticiones y los salvará (Salmo 144, 19)." ¿No fue el temor reverente hacia su divino Padre, por lo que Jesús, nuestro Jefe y Modelo, fue atendido en su Pasión, como dicen San Pablo?                  

"A quien teme al Señor nada le falta, dice el Espíritu Santo, y con él no hay necesidad de otro auxilio. Es el temor del Señor como un jardín amenísimo, lleno DE BENDICIÓN, revestido de gloria, superior a todas las glorias (Eclesiástico 40, 27-28)." No contento con preservarle de los remordimientos de la mala conciencia, Dios le hace gozar deliciosa PAZ. "El gozo, la alegría, la larga vida son su recompensa (Eclesiástico 1, 12)." Por eso exclama el Rey Profeta: "¡Cuán grande es, Señor, la abundancia de la dulzura que tienes reservada a los que te temen! (Salmo 30, 20)."

Después de tan magnificas promesas, hechas por la Verdad misma, ¿Quién no se ejercitará en vivir siempre en santo temor de Dios? Para ello nos sería muy útil el meditar en las GRANDEZAS de Dios, en la severidad de sus JUICIOS, en el poder de su justicia y en la ETERNIDAD de sus castigos. Sin embargo, se ha de templar el temor con la confianza y el amor. Porque si Dios es justo y terrible, es a la par la bondad misma y la misericordia infinita, por lo que dijo el Espíritu Santo: "Mantente siempre firme en el temor del Señor, con lo que al fin lograrás cuanto esperas, no quedarán burladas tus esperanzas (Proverbios 23, 17-18)." Y en nuestra última hora nos obtendrá muerte dulce y preciosa. Santos hubo que vivieron temerosos de su destino eterno y murieron en paz con la sonrisa en los labios y la alegría en el corazón.

¡Oh Dios mío! Por los méritos de Jesús de María infunde en mí este santo temor; que respete tu presencia en todas partes, evite disgustarte y cumpla sin falta mis deberes. Recuérdame con frecuencia esta importante SENTENCIA de la Imitación: "Quien pospone el temor de Dios no puede durar mucho en el bien, sino que caerá muy presto en los lazos del demonio (L. I, c. 24)."

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