25 DE MARZO. EL VERBO SE ENCARNÓ Y VIVIÓ CON NOSOTROS

 Si el Señor se dignó rebajarse hasta hacerse como uno de nosotros, es justo que nosotros, con su gracia y conforme a sus deseos, procuremos elevarnos a SU ALTURA, haciéndonos semejantes a él. Esto es, efectivamente, lo que Jesús exige de nosotros. Al llamarnos sus hermanos y coherederos suyos (Juan 20 y Rom. 8), no pronunció palabras vanas sin ningún sentido, sino, al contrario, pronunció palabras llenas de verdad, que a nosotros nos toca convertir en realidad, haciendo que nuestros pensamientos, sentimientos y deseos sean los suyos; que nuestra voluntad y nuestras acciones estén de acuerdo siempre con su divino beneplácito. Porque como dice San Pablo, "somos miembros del cuerpo de Cristo, formados de su carne y de sus huesos (Efes. 5, 30)", y, por tanto, no hemos de seguir nuestros caprichos ni viciosas inclinaciones, sino que debemos copiar en nosotros la vida del Hombre-Dios, que quiso descender hasta nuestra miseria para elevarnos a la imitación de sus virtudes divinas.

Y ¿de qué manera CONSEGUIREMOS esto? No será perdiendo el tiempo en sueños, conversaciones y ocupaciones inútiles, sin decidirnos de una vez a entregarnos totalmente a Dios. Esta entrega nuestra a Dios consistirá más bien en imitar a Nuestro Señor que, dejando el reino celestial por obediencia a su Padre, quiso descender a la tierra para cumplir su misión, volviendo de nuevo a su reino cargado de gloria y de méritos infinitos, a ocupar el trono que a la diestra de Dios Padre le estaba destinado. -Esta es también nuestra vocación. Después de haber salido de las manos de Dios, a él hemos de volver, después de haber cumplido los tres deberes que nos fueron IMPUESTO: para con Dios, para con el prójimo y para con nosotros mismos.

A DIOS le debemos gloria y obediencia, a ejemplo de Jesús, que jamás se buscó a sí mismo, sino que trabajó siempre por la honra de su Padre y cumplió con exactitud y generosidad todas sus voluntades (Juan 8, 29). AL PRÓJIMO debemos estimarle, amarle, honrarle, favorecerle como el Salvador lo hizo, quien además nos recomendó nos amásemos los unos a los otros al modo que él nos ama. Lo que a NOSOTROS MISMOS nos debemos, consiste no en seguir nuestras malas inclinaciones, sino las buenas que Dios nos ha dado, y que su gracia perfecciona diariamente en nosotros. Practiquemos, pues, la humildad, despreciándonos a nuestros propios ojos; vigilemos nuestros sentidos para apartarlos del mal y mortifiquemos nuestras pasiones, siempre dispuestas a tentarnos o a empujarnos a los abismos del pecado.

¡Oh Jesús, Verbo encarnado!, que en tu propia persona tanto encumbraste nuestra humana naturaleza, no permitas jamás que decaiga del estado de gracia en que has querido colocarme, Ayúdame, te suplico humildemente, para que con toda fidelidad pueda cumplir las siguientes resoluciones: 

  1. ESTUDIAR tu doctrina, tus empleos y tu Corazón divino para conocer tus caminos y empezar a andar por ellos.
  2.  IMITAR tu espíritu de oración, de dulzura y de abnegación para que, a tu ejemplo, pueda cumplir mis deberes para con Dios, para con mis prójimos y para conmigo mismo.

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