30 DE MARZO. LA DIGNIDAD DEL ALMA, MOTIVO PODEROSO DE CARIDAD

 Cuando Dios creó al primer hombre, no solamente lo llamó al conocimiento y al amor de su Creador, por medio de la contemplación del espectáculo de la naturaleza, sino que le destinó para fin tan sublime como para llenar de admiración a cielo y tierra. Este destino maravilloso fue el de llegar a contemplar CARA A CARA a la divinidad, sin ningún intermediario creado y a amarla de la misma manera que se ama ella a si misma, poseyéndola eternamente y participando de su felicidad.

"Aunque nuestra alma dilate sus deseos, escribe San Agustín, aunque extienda cuanto pueda su capacidad, jamás podrá comprender este inefable misterio; puede desear la gloria de su destino y tender hacia ella con santo ardor, pero nunca podrá concebir la sublimidad de esta gloria." Nuestro corazón tiene deseos insaciable de conocer y de amar, mas el universo entero no sería suficiente para saciarlos; sin embargo, nuestro corazón se hallará plenamente satisfecho al gozar de la visión beatífica.

¿Y qué hizo el Señor para conducirnos a semejante felicidad? El Señor nos dio la GRACIA SANTIFICANTE, que diviniza la esencia de nuestra alma; elevó nuestra inteligencia a la altura de la fe sobrenatural, y nuestro corazón y nuestra voluntad a la esperanza y al amor del Bien supremo que habremos de poseer algún día. Todos estos preciosos dones, a más de otros semejantes, son como alas ligeras que nos facilitan el vuelo hacia la altura de nuestro sublime destino.

¿Hemos reflexionado seriamente que almas así dotadas y destinadas a tan noble fin deberían ser a nuestros ojos más NOBLES que todas las maravillas de la creación? Nos extasiamos ante las belleza de la arquitectura, obra del hombre; ¡Cuánto más deberíamos extasiarnos al pensamiento de un alma, obra maestra del Todopoderoso! Dios mismo la adornó como a su propio templo, enriqueciéndola de tesoros y destinándole un lugar en su reino, que es el reino de la gloria. ¡Cuán maravillosa debiera parecernos un alma!, ¡qué sentimientos de veneración, benevolencia, abnegación debiera despertar en nosotros! Todas las almas en estado de gracia son merecedoras de nuestra estima y amor, y, por ignorar si las almas se encuentran en este estado, debiéramos testimoniar a todos sentimientos de caridad, verdadera y cordial.

Jesús y María, hacedme ver a Dios en el prójimo y que en él honre todas las divinas perfecciones, y así me penetre de amor y respeto hacia cuantos me rodea. Tomaré las siguientes resoluciones:

  1. Mostrarme dulce, atento, afable y compasivo con todos, sin excluir a mis enemigos.
  2. Encomendaros todos los días encarecidamente a justos y pecadores, a los agonizantes y a los fieles difuntos, de manera especial por quienes más obligado estoy a rezar.

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