4 DE MARZO. JESÚS, CORONADO DE ESPINAS.

 El rey de Francia Carlos V, digno descendiente de San Luis, al llegar la hora de su muerte hizo le llevasen la corona de espinas que estaba en la Santa Capilla y la corona real con la que se coronaban los reyes de Francia. Colocando delante de él la de espinas con muchísima PIEDAD y DEVOCIÓN, ordenó que a sus pies colocaran la segunda. Luego, dirigiéndose a la corona del Salvador, exclamó: "¡Oh diadema sagrada de nuestra salvación, cuán grande es la alegría que nos proporcionas al recordarnos el misterio de nuestra Redención! Y tú, corona real, añadió mirando hacia la corona de su consagración, eres vil y preciosa al mismo tiempo. Eres preciosa por el misterio de la justicia que encierras y que por ti se ejecuta, y eres vil, pero vil hasta el exceso, por las angustias que proporcionas a la conciencia y por el peligro en que pones al alma de perderse.

El tono emocionado y seguro de estas palabras hizo que corrieran las lágrimas de los que las escucharon; estas palabras son una gran LECCIÓN PARA NOSOTROS, pues nos recuerdan que la corona de espinas, tan dolorosa para Jesús, es la imagen de la vida humilde, penitente, mortificada, propia de los discípulos de un Dios que tanto quiso sufrir; mientras que la corona de los reyes es el símbolo de la vida regalada y cómoda de los partidarios del mundo, que rápidamente se desliza buscando estimación, placeres y delicias terrenales.
¿Cuál de estas dos coronas deberemos escoger? Antes de dar contestación supongámonos en el LECHO DE MUERTE. Desde él veremos brillar la corona del Salvador; las espinas de nuestras mortificaciones, actos de paciencia, abnegación y obediencia, se convertirán en las piedras preciosas que habrán de adornar nuestra corona celestial, mientras que la diadema de los reyes, dignidades, tesoros, placeres del siglo, nos inspirarán horro y desprecio a causa de los peligros a que exponen.
Jesús mío, este ejemplo debiera animarme a preferir una vida pasada en trabajos, privaciones, afrentas y sufrimientos, como la que llevaron tus santos, mejor que una vida pasada entre mundanos, disfrutando del bienestar, la ociosidad, los honores y los placeres. Por intercesión de tu divina Madre, ayúdame a cumplir las siguientes resoluciones: 
  1. Meditar a menudo en tu dolorosa realeza, para que sepa conformarme con la mortificación y aprenda a ejercitar la paciencia.
  2. Pensar con fervor en tu triunfante realeza, que, con premio eterno y magnífico, habrá de recompensar con largueza los sacrificios que yo por tu gloria haya realizado.

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