5 DE MARZO. SANTIFICACIÓN DE LA CUARESMA
Debemos santificar este tiempo de Cuaresma RECOGIÉNDONOS interiormente, pues el recogimiento interior es una soledad especial, posible para todos y posible en todas partes.
San Felipe Neri, huyendo de los ruidos del mundo quiso alejarse de Roma en busca de soledad y silencio; pero Dios le ordenó que no se moviera y siguiera viviendo como si viviera en el desierto. Vivir como en el desierto es tener siempre el pensamiento en Dios, apegándose únicamente a él, entregándole espíritu y corazón y aislándose con él, como si nada más existiera sobre la tierra.
Esta soledad interior será lo que más podrá ayudarnos a practicar la vida de ORACIÓN, imprescindible para la santificación del alma. La Iglesia, en este tiempo de penitencia, reza con más insistencia y nos anima a rezar con ella. "En estos días, santificados por los profetas y por nuestro Señor Jesucristo, nos dice, clamemos a Dios orando prosternados ante su presencia". La Iglesia, con estas palabras, nos exhorta a que hagamos nuestros ejercicios piadosos con más fe, más atención, más fervor que nunca; a que meditemos, comulguemos, oigamos Misa con más devoción, supliendo con buena voluntad, pureza de intención, santos deseos y oraciones jaculatorias, todos aquellos sentimientos de que involuntariamente carecemos.
A la oración, continúa la Santa Iglesia, unamos la PENITENCIA. "Mortifiquémonos, dice, en la comida, en la bebida, en el sueño, en las palabras, en los juegos y en las diversiones. Evitemos todo lo que pudiera ser perjudicial a nuestras almas, especialmente el pecado y las ocasiones de pecar. Aplaquemos la cólera de nuestro Juez, llorando con amargura nuestras faltas en su presencia, para que nos perdone y afirme en el bien". Estas son las recomendaciones de nuestra Madre la Iglesia.
¿Estamos dispuestos a conformarnos a ellas con la mortificación y SOPORTANDO las penas de cada día? estemos persuadidos de que las contrariedades más opuestas a nuestras ideas, inclinaciones y gustos, son siempre las mejores, pues son las que nos harán expiar mejor las culpas, haciendo morir en nosotros el espíritu al mundo, y librándonos con más seguridad del purgatorio, porque Dios encuentra allí menos que en ninguna parte nuestra propia voluntad.
¡Oh Jesús, verdadero modelo de penitentes!, me uno a ti en el silencio del desierto, para, olvidándome del mundo, poder recogerme interiormente y ocuparme en la meditación y la oración. Por tus infinitos méritos y por los de tu divina Madre María concédeme gran aborrecimiento aun de mis más pequeñas faltas, profundo dolor de haberte ofendido y vivísimo deseo de mortificarme en todo, para reparar de esta manera las ofensas que contra ti he cometido.
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