10 Abril DOMINGO DE RAMOS

 ¿Quién hubiera podido pensar que Jesús, después de haber sido objeto del entusiasmo del pueblo que le aclamó delirante, se convirtiera en tan breve espacio, y a pesar de ser el más dulce de todos los príncipes, en objeto del odio y desprecio de aquel mismo pueblo? Hoy los judíos se precipitan a su encuentro, ensalzan su nombre y le llenan de alabanzas. Dentro de breves días enviarán soldados para prenderle, amarrarle y llenarle de golpes y de injurias. Hoy cantan: “Hosanna al Hijo de David”, pronto preferirán la libertad de Barrabás antes que la suya, y gritarán: “¡Crucifícale, crucifícale!”- Tal es la INCONSTANCIA del mundo que maldice al día siguiente a quien exaltó la víspera.

Aun antes de terminarse tan hermoso día, el Señor, tan pacíficamente triunfador, había sido ya casi olvidado por los mismos que, poco había, le aclamaron con entusiasmo delirante. Jesús en Jerusalén, durante todo el día, predicó, sanó enfermos y derramó en torno de si la gracia de sus beneficios. Sin embargo, aunque nos resistamos a creerlo, cuando llegó la noche ningún habitante de la ciudad le ofreció en su casa albergue. ¡Qué INGRATITUD tan grande! –Pero ¿acaso es menor la mía? ¡Oh Jesús!, soy quizá más ingrato, ya que, después de haberte recibido en mi corazón por la sagrada Eucaristía, te olvido, no te honro como debo, son mis acciones de gracias poco fervorosas y vuelvo después de haber comulgado a mis malos hábitos: impaciencias, vanidad, sensualidad, distracciones voluntarias durante la oración.

Y mientras Jesús colmaba de beneficios al pueblo judío, multiplicando los milagros, los fariseos y los príncipes de los sacerdotes se decían entre sí: “¿Qué hacemos? Este hombre hace muchos milagros. Si le dejamos así, todos creerán en él (Juan 11, 47).” Los beneficios y santidad del Salvador excitaban el odio de los perversos, que le reprochaban lo que era su gloria y debiera conquistarle amor. ¡Cuán INJUSTO es el mundo y qué difícil contentarle! –Pero al acusar al mundo, nos acusamos a nosotros mismos, pues ¡cuántas veces hemos arrojado a Jesús de nuestro corazón después de haberle recibido en él, y cuántas veces en la vida le hemos devuelto mal por bien y ultraje por amor!

¡Oh Redentor mío! Me arrepiento de haberte tantas veces ofendido a ti, que tanto me has amado. Me arrepiento, y quisiera morir por ello de dolor. Por intercesión de tu divina Madre, concédeme la gracia de servirte CON FIDELIDAD. –Inspírame constante AGRADECIMIENTO por todos tus beneficios, Y aumenta en mí el AMOR que te debo y que me induzca a sacrificarlo todo por ti y a buscar siempre tu gloria.

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