12 DE ABRIL. MARTES SANTO: LA CRUZ DEL SEÑOR Y LA NUESTRA

 

 Cuando la humanidad vio al Unigénito de Dios, cargado con su pesada Cruz, avanzando penosamente por el camino del Calvario, hubiera podido tener un presentimiento clarísimo de su futura LIBERACIÓN. La iniquidad iba a ser borrada de la tierra, la justicia divina apaciguada, el infierno cerrado y la esperanza de salvación devuelta a las almas de buena voluntad. –Así, cuando el Señor nos aflige veamos en ello una señal de que quiere PERDONARNOS, preservarnos de la condenación eterna, hacernos recuperar la gracia perdida o aumentarla con los dones y virtudes que la acompañan. ¡Cuántos motivos para estimar el sufrimiento y para no quejarnos ni murmurar de las pruebas que Dios nos envía!

Jesús, llevando la Cruz a cuestas para dejarse luego enclavar en ella, nos dio una prueba convincente de su amor por nosotros. –También es una señal de amor que haya querido hacernos participar de sus penas y de sus ignominias. Cuando sufrimos abandonándonos al beneplácito de Dios, podemos decir que, como nuestro divino Redentor, presentamos nuestra cabeza para ser coronada de espinas, nuestro cuerpo para ser maltratado y nuestros hombros para soportar el peso de la Cruz; que, por lo tanto, recibimos los mismo golpes que él recibió, nos hieren las mismas espinas y nos crucifican en su misma Cruz. ¡Oh, y cuán preciosa eres, carga pesada de la Cruz, ya que de esta manera nos unes a nuestro Dios y Salvador! “Yo a los que amo, los reprendo y los castigo (Apocalipsis 3, 19)” para hacerles participar de mis oprobios y dolores. ¡Feliz el discípulo fiel que, semejante al Cirineo, lleva la Cruz con Jesús y no desfallece jamás bajo su peso!
                           
Este sagrado madero con que nuestro Redentor fue cargado y en que murió después de haber sido crucificado, era mirado por San Juan Crisóstomo como la llave que habrá de abrirnos las puertas de la JERUSALÉN CELESTIAL. Lo mismo acontece con las penas que Dios nos envía, pues ellas nos alcanzarán la gracia de merecer la gloria y la felicidad eternas. “Bienaventurado, pues, dice el apóstol Santiago, inspirado por el Espíritu Santo, el hombre que sufre con paciencia la tentación, porque, después que fuere así probado, recibirá la corona de vida que Dios ha prometido a los que le aman (Santiago 1, 12).”
Para ser dignos de esta brillante corona, EXAMINEMOS cuál es la cruz con que Dios más frecuentemente nos prueba y veamos en qué disposiciones la soportamos: ¿la llevamos quizá malhumorados, impacientes, sin resignación?; ¿no es la cruz para nosotros fuente de pecados y ocasión de ruina, en vez de ser fuente inagotable de virtudes y de méritos? Cuánto lamentaremos a la hora de la muerte no haber sabido llevar con paciencia las contrariedades de esta vida miserable.
¡Oh Jesús!, tú llevaste antes que yo mis cruces a la par que la tuya, aligerándome la carga; a veces, en tu bondad, has querido transformar mis amarguras en dulzuras, por la unción de tu divina gracia. Te pido que me hagas estimar el sufrimiento como prueba de tu PERDÓN, -prenda de tu AMOR- y medio poderoso para obtener la SALVACIÓN.

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