14 DE ABRIL. JUEVES SANTO: LA ÚLTIMA CENA

 Llegó entre tanto el día de los Ázimos, dice San Lucas, en el que era necesario sacrificar el cordero pascual; Jesús, pues, envió a Pedro y a Juan, diciéndoles. “Id a PREPARANOS lo necesario para celebrar la Pascua. Así que entréis en la ciudad, encontraréis a un hombre que lleva un cántaro de agua, seguidle hasta la casa en que entre y diréis al padre de familia: El Maestro te envía a decir dónde está la pieza en la que yo he de comer el cordero pascual con mis discípulos. Y él os enseñará, en lo alto de la casa, una sala grande bien aderezada; preparad allí lo necesario.” –Esta PASCUA es figura de la Eucaristía; la SALA bien aderezada simboliza el alma en estado de gracia, enriquecida de virtudes sobrenaturales y dones del Espíritu Santo; PEDRO Y JUAN representan la fe y el amor, disposiciones necesarias para recibir el Cuerpo de Nuestro Señor.


En la tarde del Jueves Santo, el cordero pascual estaba aderezado sobre la mesa del Cenáculo, en que se reunieron los discípulos con el divino Maestro. Este CORDERO era figura de la augusta Víctima de la Cruz y de los altares. Había que comerlo en pie, calzadas las sandalias, bastón en mano, ceñida la cintura y de prisa, como preparados para emprender un viaje; la carne del cordero pascual se comía asada al fuego, con panes sin levadura y hiervas amargas. –Con estas ceremonias se nos da a entender que la Eucaristía es el alimento del destierro, que nos reanima y da fuerzas para llegar al cielo, término de nuestro viaje, y que, para recibir ese alimento, debemos ser castos y mortificados en nuestros sentidos, y tener un vehemente y santo deseo de recibirlo.
                           
“Hacia el final de la cena el Salvador se levantó de la mesa, se quitó los vestidos y, tomando un lienzo, se lo ciñó. Enseguida echó agua en una jofaina y comenzó a LAVAR LOS PIES de los discípulos y a enjugarlos con el lienzo de que estaba ceñido.”. Ni los ángeles del cielo hubieran sido capaces de entender esta manera de proceder de su Rey con unas pobres criaturas, a las que demasiado favor hubiera otorgado ya con solo permitirles lavar con lágrimas sus pies divinos. Al querer él ponerse a las plantas de sus súbditos, quiso darnos una lección de HUMILDAD. También al lavarles los pies quiso darnos a entender por ello la PUREZA interior que se precisa para acercarse a recibir tan augusto Sacramento. Porque precisamente la humildad y la pureza de corazón son disposiciones absolutamente necesarias para unirnos a Jesús en el banquete eucarístico.
¡Oh divino Redentor mío! Haz que vea con claridad cuán grande es mi miseria y cuán inmensa tu caridad, para que me acerque a tu adorable Sacramento lleno de HUMILDAD y penetrado de CONFIANZA sin límites en tu infinita bondad. Dame valor para MORTIFICAR mis sentidos e instintos perversos. Sé tú el ÚNICO objeto de mi amor. Deseo recibirte con un corazón como EMBALSAMADO de fe, piedad y devoción, para que así la Comunión produzca en mi alma los frutos más preciosos y duraderos.

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