15 DE ABRIL. VIERNES SANTO: JESÚS EN LA CRUZ

 La cruz era el SUPLICIO de los ESCLAVOS, es decir: de aquellos a quienes se negaba en la antigüedad dignidad y derechos de hombre, colocados al propio nivel de los animales. Era inaudito que un hombre libre hubiera tenido que sufrir semejante deshonor, mirado por el mundo entero como el mayor de los oprobios. Entre los Judíos, la misma Escritura sancionaba tal sentimiento al lanzar maldición sobre el que hubiera sido colgado del infame madero. Maledictus qui pendet in ligno (Deuteronomio 21, 23). Por eso en Judea se alejaban con verdadera repugnancia del condenado a morir en cruz, de la que solo pendían los más grandes facinerosos y los seres más viles y degradados.


¡Oh Jesús, santidad por esencia y grandeza infinita! ¿Por qué quisiste ser tratado de TAN INDIGNA manera? Tú mismo parecías ir al encuentro de semejante humillación, predicha por los profetas, haciendo gala de ella, ofreciéndote a tus enemigos para que te clavaran y levantaran en aquel infame patíbulo, en ignominioso espectáculo a los cielos y a la tierra. ¡Nuestro Dios, Rey inmortal y Creador del universo, permite que le llenen de confusión y vejaciones, cuando nosotros nos quejamos en cuanto somos despreciados, olvidados y desechados! Queremos siempre ocupar el primer puesto en el afecto y la estimación de las criaturas.
                           
¡Ah!, DEJEMOS ya de ser tan fatuos, tan presumidos, tan engreídos y pagados de nosotros mismos, al contemplar al divino Redentor puesto en la mayor abyección para curar nuestro orgullo y nuestra soberbia. Este vicio, que tuvo su cuna al pie del árbol sagrado de la Cruz, donde proclamó con su conducta que la HUMILDAD es la base de su reino, que él quiere ser Rey de los pequeños y humildes que, obedeciendo a su Iglesia, se hacen sus discípulos, y no quiere, en cambio, ser Rey de los soberbios, partidarios de Luzbel. Nuestro corazón… ¿es DÓCIL, está dispuesto a someterse a las enseñanzas de la fe, a esperar en las promesas divinas? ¿Obedecemos puntualmente a toda autoridad legítimamente constituida como obedeceríamos a Dios, sin réplicas ni murmuraciones?
¡Oh Jesús mío! Los humildes reciben en paz y con dulzura todas las afrentas y desprecios. Te ruego me concedas la humildad, para que aprenda a soportar con amor cuanto pueda curar mi vanidad, mi orgullo y mis pretensiones. Tenga yo siempre delante de mis ojos los oprobios de tu crucifixión para que pueda darme cuenta de lo que soy y sepa mirarme como cosa abyecta y despreciable, siempre dispuesto, como tú, a SUJETARME y RESIGNARME a la voluntad del Padre.

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