4 DE ABRIL. EL ODIO AL PECADO

 Si un VIL INSECTO hubiera herido de muerte a alguno de nuestros amigos o parientes, o a un padre amado tiernamente, nos sería imposible el verlo sin aplastarlo con indignación. Y, sin embargo, nuestros pecados han crucificado, haciéndolo morir de la manera más cruel, a nuestro Creador, Redentor y Dios ¿y somos capaces de vivir sin preocuparnos de destruirlos?-Si hubiera en nuestro jardín una planta tan terriblemente venenosa que pudiese envenenar todas las aguas del océano, nos apresuraríamos a arrancarla inmediatamente. Pues bien, nuestros pecados han convertido en mar de justicia el océano de la divina misericordia, y la cólera divina ha sumergido al Santo de los santos en angustia y tribulación, porque quiso tomar sobre sí el peso de nuestros crímenes. ¿Cómo es posible que no empleemos nuestra vida entera en destruir hasta las raíces del pecado, planta deicida, que no solo nos envenenó el alma, sino que fue la causa de la muerte del mismo Dios?

Dios mío, quiero decidirme a ello desde este mismo instante; de ahora en adelante RECHAZARÉ con horror las sugestiones de Satanás y las seducciones del mundo y de las pasiones. No me es posible dudar, cuando tengo que escoger entre ti, mi Bien supremo, y el pecado con toda su malicia. Y, sin embargo, soy tan débil que para ello habré de contar únicamente con tu gracia divina. Haz que prefiera mil veces llevar una vida de penas, pasada en la inocencia y en tu dulce compañía, a vivir culpable, lejos de ti, en medio de los placeres. Quiero, Dios mío, en vez de contribuir con mis faltas a tus oprobios y dolores, consolarte de ellos por mi arrepentimiento y fidelidad.

Huiré cuidadosamente no solo de cuanto pueda ofenderte, sino también de todo aquello que pudiera DISGUSTARTE. Haz, Dios mío, que se acaben para mi los pensamientos vanos, los sentimientos agrios, las palabras poco caritativas. No permitas que falte más a la obediencia y a la paciencia; ni consientas que caiga en la disipación, la ligereza, las distracciones durante la oración; ni en negligencias ni cobardías, sino cumpla cuidadosamente mis deberes de estado y camine fielmente por el camino de la perfección: Quiero desde ahora, Jesús mío, preocuparme de ti, meditando tu vida y tu muerte, y acostumbrándome a aceptar la idea de sufrimiento, humillación y sacrificio, para conformarme en todo a tu doctrina y a tus divinos ejemplos. -¡Oh Madre de dolores! Que mi conducta sea grata al Corazón Sagrado de Jesús y al tuyo y pueda así ser como una compensación de mi anterior conducta.

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