5 DE ABRIL. LA CONTRICIÓN.

 ¡Oh Señor mío y Dios mío! ¿Cómo he podido rebelarme contra ti, MAJESTAD SOBERANA, contra ti, que otorgas el poder a los reyes de la tierra, yo, que soy la misma nada y nada tan despreciable?

Tan insensato he sido, que he llegado en mi audacia a ultrajarte aprovechándome de la existencia que tú me dabas sin pensar que podías, por un decreto de tu Justicia divina, cortar el hilo de mi vida. He ofendido tu Sabiduría, al contrariar los designios de tu Providencia y sin respetar tu Inmensidad, que llena el universo, he pecado ante tu mirada divina. Esto debiera llenarme de confusión y vergüenza suficientes para abatir mi orgullo. ¡Cuán fea es mi ingratitud cuando, al considerar las ofensas que te hago, no brotan las lágrima a raudales de mis ojos! ¡Qué grande es, Dios mío, tu bondad, cuando, a pesar de la dureza de mi corazón, quieres seguir soportándome!

Padre mío, tú me adoptaste como hijo el día que fui bautizado, y, a pesar de ello, he tenido la osadía de renegar de ti y gastar locamente, como el hijo pródigo los tesoros de gracia que me confiaste. ¡Oh Hijo divino, Verbo encarnado!, ¡cómo he podido deshonrarte, cómo he podido profanar tu preciosísima sangre y hacer estériles para mí tus tormentos y tu muerte? Y a ti, Espíritu de amor, cuánto te he contristado al resistirme a tus inspiraciones, llegando en mi traición hasta echarte de mi corazón.

Dios eterno, cuántos ídolos me he creado en mi amor a las criaturas ¡y cuántas ofensas he infligido a tus divinos atributos, que debía haber amado y adorado con toda el alma, en vez de declararme abiertamente su adversario por el pecado! Rey inmortal, qué criminal audacia la mía al rechazarte de mi alma, que debería ser tu trono y permitir que en ella tomara asiento el demonio, tu mortal enemigo. Con los mismos beneficios con que tú me favoreciste te he atacado de frente; mi espíritu se rebeló, mis pasiones se insubordinaron, mi propia voluntad criminal se hizo una daga para atravesar el corazón de mi Padre, de mi Creador, de mi Bienhechor y de mi Dios...

Dame, Señor mío, el más vivo dolor de mis culpas. Haz que deplore constantemente la desgracia sin igual de haber pecado. Para darme cuenta de la enormidad de tal desgracia, sería necesario comprender tu grandeza infinita y la infinita pequeñez del que te ofende. Tú solo, Redentor mío, puedes satisfacer por este crimen monstruoso; y tú, Madre de dolores, llena mi corazón de tu inmensa pena por haber crucificado tantas veces con el pecado a tu adorable y amabilísimo Hijo, después que me colmó de beneficios.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Lecc XXII EXPLICACION DE DIOS (1)

LA VIDA INTERIOR

Lecc 21 EXISTENCIA DE DIOS (4)