DOMINGO IN ALBIS. LA PAZ INTERIOR

 Hay dos clases de paz: la de los PECADORES y la de los justos. La primera consiste en dar gusto a todas las inclinaciones viciosas, y en no negar nada, ni al corazón ni a los sentidos. Esta es una paz especial, porque un alma que así vive no tiene que luchar ni esforzarse para nadad. -Pero esta paz es la que disfrutaría un gobernante prisionero de su pueblo y obligado, por tanto, a ceder a todos sus caprichos y a sancionar todas sus voluntades. Podría compararse a las aguas muertas o a un cadáver en la tumba, ya que esta paz termina con la corrupción y con la pérdida del cuerpo y del alma. -Además, es tan solo superficial, porque el alma creada para reinar sobre los sentidos, no puede dejar de sentir pena y remordimiento sujeta al yugo de los mismos. Por eso, hasta los seres más depravados procuran ocultarse y buscar las tinieblas para hacer el mal.

¡Qué distinta la paz de los JUSTOS! Ella mantiene el orden y la tranquilidad interior; coloca el alma en el lugar que le corresponde entre Dios y los sentidos; doma la carne, sometiéndola a la razón, y hace que la razón se someta también a la divina voluntad. -Si el alma quiere tener domadas las pasiones y sujetos los sentidos, no deberá jamás deponer las armas. Lo mismo que un gobernante, haciendo con sus tropas incursiones hasta las fronteras enemigas, no verá por ello alterarse la paz de su pueblo, así el justo guarda la paz de la inteligencia y de la voluntad, aunque obligado a tener a raya los malos instintos y las tentaciones del enemigo.

Y cuántos BIENES, ¡oh Jesús mío resucitado!, proceden de esta paz inefable, de la que eres tú divino manantial, y que nos hace gozar de aquella inefable dulzura de que habla San Pablo, "y que sobrepasa, como él dice, a todos los placeres de los sentidos (Filipenses 4, 7)", y que el Espíritu Santo compara "a un banquete continuo (Proverbios 15, 15)", en el que la inteligencia y la voluntad, alimentadas por las verdades de la fe y fortalecidas por abundantísima gracia, gozan de  las delicias más puras al satisfacerse con el Bien soberano. Para darnos cuenta de esta verdad no tenemos más que recordar al santo Job, afligido por toda clase de desgracias, y a San Pablo, en medio de sus tribulaciones.

¡Oh Dios mío! Haz que, siguiendo estos ejemplos, busque ante todo la paz, la paz que es un anticipo del cielo, y dame la gracia de encontrarla:

  1. En una verdadero arrepentimiento y una entera obediencia a mi director espiritual, contra las inquietudes del PASADO.
  2. En mi abnegación y pureza de conciencia contra las agitaciones del PRESENTE.
  3. En mi abandono a la voluntad divina y mi confianza en Jesús y María, siempre que me acongoje el PORVENIR.

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