22 DE MAYO. ANHELOS DE ETERNIDAD.

"Padre, quiero que, los que tú me has dado, estén en el mismo sitio donde yo estoy, para que vean la gloria, que tú me has dado" (Jn. 17, 24). He aquí lo que nos ha prometido el Padre: que estaremos allí, donde está Jesús: en la gloria del Padre. Por el Santo Bautismo hemos sido hechos hijos de Dios. Pero, "si somos hijos, también seremos herederos: herederos de Dios y coherederos de Cristo" (Rom. 8, 27). El Señor va a prepararnos una morada en el cielo. Allí formaremos sociedad con el Padre (1 Jn. 1, 3), con el Hijo y con el Espíritu Santo. Es decir: que poseeremos y gozaremos de la vida, santa, infinitamente abundante y embriagadora, de las tres divinas Personas. Contemplaremos y amaremos a Dios y descansaremos en el eterno goce de Él mismo. La felicidad, la bienaventuranza de Dios será entonces nuestra bienaventuranza; su vida, nuestra vida, la vida total, perfecta, en la cual encontrarán todas nuestras disposiciones y fuerzas su total y felicísimo desarrollo y plenitud. ¡Si estuviéramos bien convencidos de lo que Dios nos tiene preparado! ¡Cómo nos preocuparíamos entonces con toda el alma de este único necesario! Sí, Padre: haz que anhelemos, con toda la ansiedad de nuestros corazones, lo que Tú nos prometes. ¡Haz que nos olvidemos de todo lo terreno, de todo lo presente, y que solo ambicionemos lo que nos espera!

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