30 DE MAYO. CRISTO, SUPREMO PONTÍFICE

 El Sacerdote celestial de Cristo no es una repetición o complemento del sacrificio de la cruz. Es solo su eternización, dictada por la solicitud, por el celo de Cristo por la honra del Padre y por la salvación de las almas. Es decir: la actualización, eternamente viva y eficaz, del valor y fruto del sacrificio de la cruz. Mientras exista sobre la tierra un alma, que necesite ser salvada, a la cual puedan aplicarse los frutos de la redención obrada por Cristo, ejercerá Él para ella su sacerdocio. Y esto, de muchas maneras. Primero, por medio del sacrificio de su oración. Cristo es un nuevo Moisés, con sus manos elevadas hacia el cielo, suplicando al Padre por su pueblo, mientras éste lucha contra los Amalecitas. Si baja Moisés los brazos, Israel es vencido. Pero, vuelve a levantarlos y los sostiene así elevados, y entonces Israel queda vencedor (Ex. 17, 10). "Él está siempre vivo, para interceder por nosotros" (Hebr. 7, 25). "Jerusalén: sobre tus muros he puesto centinelas, los cuales no callarán ni de día ni de noche" (Is. 62, 6). Este centinela, que vela sobre Jerusalén, sobre la Iglesia y sus hijos, es Cristo, el supremo pontífice, "que murió, y resucitó, y está sentado a la diestra de Dios e intercede por nosotros" (Rom. 8, 34). Ejerce también su sacerdocio por medio del sacrificio de su vida en la santa Eucaristía, sobre nuestros altares. Aquí, el Supremo Pontífice del cielo ofrece al Padre, por medio del sacerdote de la Iglesia, el sacrificio de su Cuerpo y Sangre, de toda  su vida, pasada en la tierra, con todo su infinito valor, con sus obras y actos de adoración, de sumisión, de alabanza, de obediencia y de amor. "Una Hostia pura, santa, inmaculada." Él deposita esta Hostia en las manos de su Iglesia, para que toda ella, la del cielo y nosotros aquí en la tierra, se inmole con Él y, de este modo, rinda al Padre una total y digna adoración y glorificación, "Éste es mi Cuerpo. Ésta es mi Sangre." ¡El fruto de la ascensión del Señor!