1 DE JUNIO. EL DON DE LA SABIDURÍA

 El don de Sabiduría nos hace juzgar rectamente de las cosas divinas, haciéndonos gustar al mismo tiempo su dulzura más SUAVE que todas las suavidades. El alma enriquecida con tan precioso don siente tan gran placer al amar a Dios y a su divino Hijo, que puede exclamar a la par que San Bernardo: "Confieso que un libro carecería de atractivo para mí, y que una conversación no podría gustarme sino encontrara en ambos el nombre de Jesús; porque este nombre es miel para la boca, melodía para los oídos y canto de alegría para el corazón." San Agustín y muchos santos penitentes, en vez de añorar las voluptuosidades del siglo, gozaban más al llorar sus pecados que los hombres mundanos en medio de los placeres vanos de los sentidos.

El don de Sabiduría comunica tal suavidad al amor divino, que nos hace dulce y agradable la PRÁCTICA DE LAS VIRTUDES. Por eso leemos en la Imitación de Cristo: "El que ama vuela, corre y se alegra, Es libre, nada le impide y retiene. El amor no siente la carga ni hace caso de los trabajos; desea más de lo que puede, no se queja de que le manden lo imposible, porque cree que todo puede y le conviene (Imitación, l. 3, c. 5)." ¡Cuán maravilloso es, por tanto, el don de Sabiduría, que trae consigo tanto bien! Aquel que lo poseyere en alto grado se alegrará, como San Pablo, en medio de las tribulaciones.

Cuando nos cansan las prácticas piadosas, y el SERVICIO DE DIOS se nos hace pesado, es que carecemos de la perfección de este don, que dulcifica todas las amarguras. Y si encontramos tantas dificultades para vencernos, para soportar los defectos del prójimo, para sacrificar nuestras ideas y sujetarnos a los demás, es que nos vemos privados de este sabor celestial que aquieta los corazones dóciles.

¡Oh Dios mío, Espíritu Consolador! Dígnate bajar a mí con la plenitud de tus dones. Infúndeme el sabroso conocimiento de las cosas divinas consideradas en ti, Bien sumo. Ya que dijiste: "Si alguno de vosotros tiene falta de Sabiduría pídasela a Dios, que a todos da copiosamente (Santiago 1, 5)", escucha benignamente mi humilde oración y no rechaces mis súplicas. Por intercesión de la Virgen Purísima, Trono de la Sabiduría encarnada, concédeme poder degustar espiritualmente cuanto mortifique mis sentidos, contraríe mis perversas inclinaciones y me conduzca a la más estrecha unión con tu infinita bondad.

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