17 DE JUNIO. LA EUCARISTÍA, FUENTE DE TODAS LAS GRACIAS.

 Una figura sorprendente de Jesús en la Eucaristía es la Fuente de Siloé, cuyas aguas brotan de la montaña de Sión, corren mansamente bajo tierra y riegan campos y jardines. El monte Sión, donde nace la fuente, nos representa la IGLESIA, sin la cual no se nos da la divina Eucaristía. Las aguas que corren mansamente bajo la tierra, regando campos y jardines, nos recuerdan los maravillosos efectos de este misterio escondido, que, aunque obra calladamente y sin ostentación, tiene sobre los hombres acción eficacísima, honda y universal.

"He hecho brotar aguas en el desierto, dice el Señor y ríos en despoblado, para que beba mi pueblo, mi pueblo escogido (Is. 43, 20)." -Al MULTIPLICAR nuestro divino Salvador su presencia en millares de iglesias, ha hecho brotar fuentes de agua viva en medio del desierto de la vida, haciéndolas correr hasta los extremos del mundo por regiones inaccesibles, en las que únicamente ha podido penetrar el celo del misionero.

Así como en el Paraíso Terrenal había una fuente tan abundante que con sus aguas podía regar toda la tierra, de la misma manera hay en la Iglesia de Cristo una fuente de gracias que se derrama desde NUESTROS ALTARES  e infunde en las almas fuerza, esperanza y vida. ¡Qué felicidad tan grande la nuestra si, semejantes a las palmera siempre verdes, plantadas al borde de las aguas, permaneciéramos constantemente, aunque fuera solo en espíritu, al borde de los ríos eucarísticos! Así podríamos también conservar siempre lozanas nuestras ramas, es decir, el fervor de nuestra alma. El Corazón amantísimo de Jesús nos dará la savia espiritual que necesitamos para alimentar nuestros pensamientos, purificar nuestros afectos y fortificar nuestra voluntad en el afán de buscar a Dios sobre todas las cosas.

Examinémonos y veamos si nos APROVECHAMOS de las inapreciables ventajas que poseemos al tener tan cerca de nosotros a Jesús en la divina Eucaristía. ¿No permanecemos, quizá, indiferentes ante semejante privilegio, que en cierto modo nos envidian los ángeles? ¡Oh, cuánto habremos de lamentarnos a la hora de la muerte por haber pasado tantos años tan cerca de las fuentes del Salvador y no haber saciado en ellas nuestra sed, en ellas que nos hubieran hecho crecer por instantes en méritos y en virtudes!

¡Oh María, Madre de Misericordia! Obtén de Dios para mi el perdón de mi frialdad y negligencia en el servicio de Jesús. Hazme dócil a su voz, que me dice sin cesar desde el fondo del tabernáculo: "Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. Si alguno tiene sed de ciencia, de consejo, de tranquilidad de espíritu; si alguno desea las gracias que formaron a los santos, que venga a mí en la oración, la Comunión, la Misa y beba a grandes sorbos el agua tan necesaria para su felicidad, su perfección y su salvación."

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