18 DE JUNIO. LA SANTA MISA

"Santificado sea tu Nombre" He aquí el acto fundamental de la religión, de la piedad cristiana, lo único verdaderamente importante en nuestra vida. Santificar el nombre de Dios, glorificar a Dios, reconocerle por Señor y servirle como Él se merece: he aquí lo esencial. Pero, ¿Quién podrá glorificarle como Él se merece? Solamente un ser: el Hijo de Dios humanado, Nuestro Señor Jesucristo. Él es consubstancial al Padre, posee su misma naturaleza. Al mismo tiempo, es uno de nosotros. Dios y hombre en una sola persona, Cristo puede rendir al Padre el verdadero acatamiento que Él se merece: una acatamiento, una adoración y una alabanza infinitas. Según esto, la mayor glorificación que nosotros podremos y deberemos ofrecerle al Padre, consistirá en presentarle a Jesús, en sacrificarle al que es por esencia su mejor pregón de gloria. Jesús es, en efecto, el resplandor de la gloria del Padre y la figura o la reproducción exacta de su misma naturaleza. Es el himno triunfal, el canto de alabanza, infinitamente perfecto y santo, con que el Padre se glorifica a sí mismo eternamente en el seno de su gloriosa inmensidad. Solo en Jesús, con Jesús y por Jesús podremos santificar nosotros el nombre de Dios. Solo en él, con Él y por Él podremos glorificar al Padre de una manera digna. Por eso, el acto más grande y más fundamental de nuestra religión, de nuestra piedad, consiste en ofrecer, en presentar al Padre la persona y los méritos de Nuestro Señor Jesucristo. Consiste en ofrecerle nuestro sacrificio, en sacrificarle a Jesús. consiste en ofrecerle "hostias espirituales, agradables a Dios, por Jesucristo" (1 Pedro 2, 5). Pero, al ofrecerle a Cristo, debemos ofrecernos y sacrificarnos también nosotros mismos, unidos a Él por la más íntima y estrecha comunidad de sentimientos y de sacrificio.






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