2 DE JUNIO. SURSUM CORDA!

¡ Habitemos en el cielo con nuestro espíritu! ¡Estemos enraizados en el mundo del más allá, de lo supratemporal! Vivamos allí en donde está Cristo, el glorioso, nuestra Cabeza, nuestro camino y modelo, la verdad. Traigamos de allí nuestros pensamientos, juicios, intenciones, motivos e impulsos. Coloquemos allí nuestras esperanzas, nuestros anhelos. ¡Preocupémonos y cuidémonos de aquello, que está arriba, que viene de allí! "Sursum corda!" ¡Miremos y valoremos los sucesos, los obstáculos, las eventualidades, los hombres, los trabajos, los deberes y los dolores a la luz del más allá, de la eternidad, de Dios y del Señor glorioso! Habitar en el cielo significa aceptar con gusto aquí en la tierra, por amor de Dios y de Cristo, lo que se oponga a nuestros designios. Más aún: convertirlo en nuestro mayor bien. significa recibir las calumnias e injusticias a imitación y con el espíritu de Aquel, que fue condenado a muerte injustamente y ejecutado del modo más escandaloso y a quien el Padre exaltó, por ello, sobre todos los cielos. Significa no querer ser agradecidos y recompensados por los hombres en este mundo, sino ponerlo todo por los hombres en este mundo, sino ponerlo todo en manos de Aquel, que nos conoce a todos en el cielo y ante el cual no se perderá ni será olvidado ninguno de los bienes, que hagamos aquí con recta intención. El que vive en el cielo considera su misión, aquí en el mundo, a la luz de una predestinación y justificación eternas. No está ocioso, ni indiferente. Al contrario. Toma la vida con más profundidad, con más seriedad y más gravedad que los otros. Pero vive en paz con Dios. Está elevado por encima de la vida. No se excita, como los demás. Ejecuta lo suyo con tranquilidad, con la vista puesta en el mundo de arriba. Toma los obstáculos como la cruz, que Dios le ha destinado a él, y marcha tras las huellas de Aquel, a quien sabe ahora en el cielo, en el trono del Padre. "El que se humilla, será ensalzado" (Luc. 14, 11). "En vuestra paciencia poseeréis vuestras almas" (Luc. 21, 19). Aprovecha lo temporal para la salvación eterna de su alma. Esto es verdadera ciencia de la vida, liberación del polvo, de la estrechez y vacío del pequeño yo, con su desorden y su ceguera.

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