21 DE JUNIO. LA SANTA MISA, SACRIFICIO DE LA IGLESIA

Todos los días se presenta la Iglesia ante el altar, en la persona de sus muchos millares de sacerdotes. “Acepta, Señor, propicio esta oblación de tus siervos (los sacerdotes) y de toda tu santa familia (los fieles co-oferentes, toda la santa Iglesia). “ Tiene en sus manos virginales la “hostia pura, santa e inmaculada”, el “pan santo de la vida eterna y el cáliz de la perpetua salud”, el cuerpo y la sangre del Señor, sus méritos, sus satisfacciones y sus oraciones. “Por Él y con Él y en Él”, la Iglesia, como Comunidad de los fieles, ofrece ininterrumpidamente, al Padre, al hijo y al Espíritu Santo, una adoración, una gloria, una acción de gracias, un amor, una satisfacción y una expiación dignas de Dios, de un valor infinito. La Iglesia. Y, con ella todos nosotros. En cada Misa que se celebra sobre la tierra tomamos parte todos nosotros. En la Iglesia y con la Iglesia estamos ofreciendo continuamente, sin interrupción alguna, el santo sacrificio de la Misa. Todas las Misas que se celebran en el mundo son nuestras. Ejercemos en cada una de ellas nuestro sacerdocio, el sacerdocio que se nos confirió y para el cual fuimos consagrados en el santo Bautismo. El santo sacrificio de la Misa no es celebrado solamente por el sacerdote oficiante y por los que asisten corporalmente a la santa Misa; es celebrado también por toda la Comunidad cristiana en general, por toda la santa Iglesia. Por eso, decimos: “Demos gracias a Dios, nuestro Señor”; “te ofrecemos, Señor”; “haz, Señor, que seamos recibidos por Ti”; “acepta, Señor, propicio esta oblación de tus siervos y de toda tu santa familia.” ¡Qué gracia, la de poder ofrecer a Dios continuamente, de día y de noche, en la Comunidad de la santa Iglesia, nuestro sacrificio de adoración, de acción de gracias, de expiación y de súplica! ¡Qué gracia, si pensamos que, cuantas veces ofrece la santa Iglesia este sacrificio, lo ofrece por ella misma, por toda la Comunidad cristiana! El cáliz es ofrecido, “para que suba, en olor de suavidad, hasta la presencia de la Majestad divina, por nuestra salud y por la de todo el mundo”. El cuerpo y la sangre de Cristo son ofrecidos “para utilidad nuestra y de toda la santa Iglesia”. La santa Misa es un sacrificio “por toda la santa Iglesia y por todo el orbe de la tierra”. Todos los días, y sin interrupción alguna, eleva a Dios la santa Iglesia, por medio de sus sacerdotes, el “pan santo y el cáliz de salud”, para implorar por todos y por cada uno de nosotros, el perdón, la gracia, la luz, el auxilio y la ayuda celestiales. Aunque los hombres lo olvidemos con demasiada frecuencia, la Madre ofrece siempre su sacrificio y ora por nosotros. ¿Se lo agradecemos bastante?
Acordemonos en este día de unirnos espiritualmente (varias veces al día) a las Misas que se estén celebrando en ese momento en todo el mundo.

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