24 DE JUNIO. EL SAGRADO CORAZÓN

 Lo más útil que podemos alcanzar es el conocimiento de Dios, conocimiento de mucho más valor que todos los bienes del mundo. Él es, en efecto, la raíz de la eterna bienaventuranza (Juan 17,3). Por eso decía Jeremías: "No se glorie el sabio en su saber, ni el valeroso en su valentía, ni el rico en sus riquezas. El que quiera gloriarse, gloriese en conocerme (Jer. 9, 23-24)." Y, como dijo San Pablo, en Jesús "están encerrados todos los tesoros de la Sabiduría y de la Ciencia (Col. 2,3)". Estos tesoros Jesús los concede con liberalidad y alegría a los que se dan a él, sobre todo a los pequeños y humildes de corazón. Si queremos ilustración espiritual superior a la de todos los sabios de la tierra, seamos devotos del Corazón de Jesús, pero con devoción que nos lleve a amar la vida humilde y escondida, la vida de recogimiento y de oración.

Por este medio llegaremos poco a poco a la perfección del AMOR SAGRADO, cuyo foco es el Corazón de Jesús, porque es la encarnación de la Caridad increada. "He venido a prender fuego en la tierra, dice el Señor: ¿qué he de querer sino que arda? (Luc. 12, 49)." El Salvador enciende en nosotros este fuego divino cuando le recibimos en la Comunión y le visitamos en los altares, en que se inmola, y en los sagrarios, donde reside día y noche para nuestra salvación. 

Pero en vano pretenderíamos arder en ese fuego divino teniendo el corazón impregnado de afectos terrenales y de amor a sí mismo. Tomemos, pues, la firme RESOLUCIÓN:

  1. Mortificar los sentidos, sobre todo los ojos, para poder vivir siempre bajo la mirada de Jesús.
  2. Sujetar la imaginación para que no se extravíe, y encadenar las pasiones al yugo del Salvador. 
Si obramos así, llegaremos a la perfección del amor divino.

¡Oh Corazón de Jesús" ¡Qué poco aprecias los bienes terrenos, pues permites que los posean aun tus enemigos. Pero tienes reservados los tesoros del cielo para tus verdaderos amigos. Por intercesión de tu Madre santísima, te ruego me infundas tu sabiduría y santidad: tu SABIDURÍA, para que me haga comprender mejor tu grandeza y mi pequeñez; tu SANTIDAD, para que, despegándome de mi mismo y del mundo, me haga en todo conforme a tus deseos, sentimientos y virtudes. Junto con mi adoración y culto quiero rendirte el tributo de una cumplida reparación.

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