25 DE JUNIO. EL AMOR MISERICORDIOSO DE JESÚS HACIA NOSOTROS.

La anchura y la largura, la altura y la profundidad” de la misericordia de Dios para con nosotros. En el misterio de la infinita condescendencia del Hijo de Dios para con los hombres: “Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros” (Jn. 1, 14). En el misterio de su vida de voluntaria pobreza, de anonadamiento, de obediencia hasta la muerte, de paciencia, de humildad y mansedumbre, de prontitud para todo lo que el Padre quisiera de Él. “La anchura y la largura, la altura y la profundidad”, es decir, las infinitas dimensiones de la misericordia de Jesús en su redentora pasión y muerte de cruz y en todos los episodios siguientes: cuando su alma se entristeció hasta la muerte; cuando se cuerpo se vio envuelto en un angustioso sudor de sangre; cuando fue presentado ante el tribunal de los judíos y fue condenado a muerte por blasfemo; cuando fue con la cruz a cuestas; cuando fue crucificado y murió entre los más acerbos dolores. ¡Todo esto hizo Él por nosotros, para satisfacer a Dios por nuestros pecados! No nos escatimó nada. No hubo un solo acto, de su espíritu o de su voluntad, que no fuera dedicado a nuestra redención. No hubo un solo miembro, de su adorable cuerpo, que no fuese torturado por nuestro amor. No hubo pena, dolor, injuria ni oprobio que Él no aceptase gustoso por nuestra salvación. No quedó ni una sola gota de su preciosa sangre que no fuese derramada por nosotros. ¿Quién será capaz de comprender la anchura y la largura, la altura y la profundidad de la misericordia y de la bondad del sagrado Corazón de Jesús? ¿Quién podrá medir las infinitas dimensiones de esta misericordia, manifestada en nuestra vocación a la gracia, a la salud eterna, a la Iglesia, al santo Bautismo, a la participación activa en el santo sacrificio de la Misa y en el banquete de la sagrada Comunión? ¿Quién podrá comprender el hondo abismo de esta bondad de Jesús para con nosotros, manifestada en nuestra vocación gratuita a la incorporación con Cristo, con la vid, y a la posesión, con Él, de la vida divina: primero, aquí en la tierra, bajo la forma de la gracia santificante y, más tarde, en el cielo, bajo la forma de la gloria eterna? A muchos los rechaza: ¿por qué no me ha rechazado también a mí? ¿Por qué me escogió? No, ciertamente, porque yo lo mereciese, sino por pura misericordia y compasión suyas. ¡Oh profundidad y sublimidad de la misericordia divina!

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