3 DE JUNIO. DISPOSICIONES PARA CELEBRAR LA FIESTA DE PENTECOSTÉS.

 Antes de la venida del Mesías, los hombres alejados de Dios no querían obedecerle, y lejos de buscarle huían de él y se iban hacia las criaturas. El Señor, en vez de castigarlos, quiso ganarse sus corazones por medio del AMOR. "Yo los atraeré a mí con vínculos propios de hombres, con los vínculos de la caridad (Oseas 11, 4)." Y efectivamente fueron esos vínculos sagrados, es decir, la Encarnación, la Redención, la Iglesia, la divina Eucaristía, la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles, lo que, convirtiendo al mundo, llevaron las almas a Dios.

Este fue el MEJOR MEDIO que pudo el Señor escoger, porque la caridad que es, según dice el Apóstol, "vínculo de la perfección", nos desprende de la tierra y de nosotros mismos, hace que vayamos subiendo en grados de virtud hasta elevarnos a la más estrecha unión con el Bien soberano. ¿Quién no querría dejarse encadenar por el amor, por esa dulce cadena que produce en nosotros tales efectos? Las ligaduras del mundo son lazos de muerte, y los vínculos del Espíritu Santo lo son de vida y de salvación. Así como este Espíritu divino une, por su amor, al Padre eterno con el Verbo encarnado, de la misma manera une a Dios nuestros corazones con cadenas de caridad, caridad divina que infunde en nosotros una nueva vida, que es en todo superior a la de los demás seres creados, que nos hace participar de la naturaleza del ser supremo e increado y del poder, de la sabiduría y de la santidad del Señor. Esta vida maravillosa hace que Dios habite en nosotros, que nosotros estemos en él, que nos sostiene, nos dirige y nos vivifica con su Espíritu divino. ¡Cuán maravillosa vida!

¡Oh Dios mío! Tú, que eres la misma Caridad, haz que unirme a ti sea mi único pensamiento, mi solo deseo, la única aspiración de mi alma. Hasta ahora, en vez de buscarte, he corrido con afán tras los vanos placeres del mundo y tras las satisfacciones del amor propio. Y aun ahora, cuando tengo que cumplir el deber que me cuesta o me contraría, me quejo, me intranquilizo y me entristezco, demostrando así que siento más amor por mí que por ti y que antes prefiero satisfacer mis gustos que cumplir tu voluntad, infinitamente amable. Por los méritos de Jesús y de María, derrama sobre mí tus dones, ¡oh Espíritu Santo! Dones preciosísimos que elevarán mi alma por encima de sí misma y la harán arder en deseos de inmolarse por ti. Ilumíname, te lo ruego, con las luces celestiales con las que alumbraste a los santos, para que al ver tus perfecciones infinitas y tus incontables beneficios, me entregue a ti sin reservas hasta el último suspiro de mi vida.

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