4 DE JUNIO. VIGILIA DE PENTECOSTÉS.

"El Espíritu Santo permanecerá con vosotros y estará en vosotros". "El mundo no puede recibirlo. No lo ve, ni lo conoce". Pero morará, vivirá y obrará en vosotros, que habéis sido incorporados a Cristo. "El que me ama a mí, será amado por mi Padre y yo también le amaré". ¿Con qué amor? Con el mismo amor, que une al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, en el seno de la beatísima Trinidad. Este amor es el mismo Espíritu Santo. Los cristianos podemos gloriarnos de que el Amor, con que nos aman el Padre y el Hijo y con que nosotros amamos al Padre y al Hijo, es Dios. "Dios es Amor". El Espíritu Santo, el Amor de Dios es quien sella y completa la eterna y substancial unión del Padre con el Hijo. El Espíritu Santo, que es el mismo Amor de Dios en sí, es quien une también a Cristo con nosotros, a la Cabeza con los miembros, para que ambos vivan, obren, oren, sufran, amen y adoren al Padre juntamente, inseparablemente. Mediante su maravillosa venida a nosotros y su unión con nosotros, el Espíritu Santo realiza nuestra incorporación a Cristo y, por ello, nos une con la fuente misma de la gracia. Estamos incorporados a Cristo porque habita en nosotros el Espíritu Santo, el Amor de Dios. Y habita en nosotros el Espíritu Santo, el Amor de Dios, porque estamos incorporados a Cristo. Maravillosa unión. ¡Es el Amor! Tan verdad es que, por el Bautismo y la gracia estamos unidos orgánicamente a Cristo y somos una misma cosa con Él, como que el Espíritu Santo, el substancial Amor de Dios vive en nosotros. ¡Qué elevación la de nuestra naturaleza, pues hasta el mismo Espíritu Santo se hace carne, por decirlo así, en nosotros! ¡Qué amor tan grande el de Dios, pues el Padre y el Hijo nos han enviado al Espíritu Santo, al mismo Amor, que une mutuamente a ambos en una eterna y substancial beatitud y felicidad!¡Y este mismo Espíritu Santo, el Amor personificado del Padre y del Hijo, nos une a los pobres hombres con el Hijo y, por el Hijo, con el Padre!

¡El Don de Dios! ¡Ay, pero nosotros no pasamos nunca más allá de la superficie de nuestra alma! ¡No penetramos hasta el fondo de ella, hasta donde tú, oh Espíritu Santo, has establecido tu tranquilo y recóndito santuario! ¡Haz, oh Dios, que, en Pentecostés, miremos profundamente al abismo en donde habitas Tú, misteriosamente oculto! ¡Haz que, desde ahora, nos fijemos en Ti! ¡Haz que, durante nuestras tareas cotidianas, descendamos con frecuencia al fondo de nuestro corazón, allí, donde habita y obra el Espíritu Santo! ¡Haz que le escuchemos y que vivamos con Él!

Nosotros vivimos muy disipados, demasiado absortos en las obligaciones y trabajos del momento. No ambicionamos unos minutos de silencio y de quietud, para dedicárselo al divino Huésped, que mora en nosotros: al Espíritu Santo. Le tratamos como a un prisionero. Le olvidamos, ¡Y Él continúa siempre silencioso, allá en el fondo de nuestra alma, esperando de nosotros, dulce, resignadamente, una mirada, una palabra!

¡Volvámonos más hacia nuestro propio corazón! ¡Interioridad! ¡Recogimiento! ¡Escuchémosle, obedezcámosle! ¡Escuchemos lo que se agita, lo que se habla allí dentro! ¡Morada del Espíritu Santo! ¡Qué dicha! ¡Y nosotros no pensamos en ello!

Comentarios

Entradas populares de este blog

Lecc XXII EXPLICACION DE DIOS (1)

LA VIDA INTERIOR

Lecc 21 EXISTENCIA DE DIOS (4)