CORPUS CHRISTI. MARAVILLAS DE LA EUCARISTÍA

 Nada en la religión es tan sublime como el sacrificio. Por este medio Dios es honrado con más perfección que pudiera serlo con las más ricas dádivas. Porque sacrificarse es anonadarse, es inmolarse, es destruirse, y no se puede ir más allá. -El dominio de Dios es absoluto, es infinito; por lo tanto, el agradecimiento que exigen de nosotros sus beneficios y la expiación que reclaman nuestras culpas están tan por encima de nuestras fuerzas, que aunque todo el género humano se inmolara a cada instante, no sería suficiente ni para pagar una mínima parte de cuanto debemos al Señor.

Pero tenemos el consuelo de que una Víctima augusta se inmole en nuestro lugar, Víctima excelente sobre toda ponderación . Esta Víctima, según su humanidad, se sacrifica, según su divinidad da al sacrificio un valor infinito, siendo, gracias a él, pagadas nuestras deudas y rendidos a Dios dignísimamente nuestros homenajes de gratitud y de sumisión. Y ¿en dónde se realizan tales prodigios? ¿Es acaso en el cielo o en algún país lejano? No, es precisamente en medio de nosotros. Todos los días, sobre nuestros altares, una Víctima Inmaculada, Víctima como  jamás hubiéramos soñado, se inmola por los pecadores. Los misterios de la Creación, de la Encarnación y de la Redención son renovados en uno solo, y el Dios que creó el universo de la nada se anonada destruyéndose, por decirlo así, con las palabras de la Consagración.

Y como si esto no fuera suficiente, el Hombre-Dios inmolado permanece en los sagrarios, sobreviviéndose a sí mismo, escondiéndose bajo las especies más humildes; no en un solo lugar del mundo, sino en millares de santuarios a la vez, y se multiplica en los millones de partículas consagradas para hacerse nuestro prisionero y compañero de nuestro destierro. Y llega, en un exceso de su amor por nosotros, a hacerse nuestro alimento, realizando para ello los más grandes prodigios. Entra en nosotros y en vez de hacerse substancia nuestra nos transforma en él, obrando directamente sobre nuestras almas e indirectamente sobre nuestros cuerpos. Las sagradas especies, aunque siguen siendo apariencias, alimentan milagrosamente como si fueran substancias y realidades. ¡Oh cuán inefables son estas maravillas, las únicas dignas en este mundo de arrebatar un corazón cristiano!

¡Oh Jesús!, fue tu caridad si límites quien te inspiró semejantes maravillas. Yo me uno a los ángeles que alaban tu Majestad, a las dominaciones que humildemente prosternadas la veneran, a las potestades que se estremecen de respeto ante tu presencia, y en unión de tu corte celestial quiero adorarte, amarte, servirte y glorificarte en tu augusto Sacramento. Concédeme, te lo ruego:

  1. FE VIVÍSIMA en este misterio maravilloso.
  2. ARDIENTE DEVOCIÓN  a la Eucaristía, la que inspira siempre a todos los corazones dóciles y fieles.

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