JUEVES DE PENTECOSTÉS. EL ESPÍRITU DE CRISTO

 El espíritu propio, el espíritu humano, piensa, juzga y valora de un modo puramente humano, natural, terreno. Juzga dichosos a los que poseen riquezas y las gozan; tiene por grandes a los sabios terrenos, a los que honran y aprecian los hombres, a los que tienen un puesto o una dignidad, a los que poseen poder e influjo. Este espíritu se busca a sí mismo en todo y tiene la habilidad de aprovecharse de todas las cosas y sucesos para realizar sus intenciones, para cumplir su gusto. Juega un importante papel en la vida de las personas piadosas y espirituales. Bajo el pretexto de servir a Dios, se busca sobre todo a sí mismo, su natural satisfacción, su propio gusto, su propia honra. En las cosas de la virtud se alía con la prudencia de la carne y predica la moderación, el punto medio. Es una de las principales causas de la tibieza espiritual y una fuente fecunda de discordias y querellas, de frialdad para con el prójimo, de envidia, de excesiva preocupación por el buen nombre. Impide la quietud interior, la paz del alma. Crea en el hombre una exagerada opinión del propio valer y conduce a una vida llena de ansiedades y de continuas preocupaciones. No sin razón es considerado por los maestros de la vida espiritual como "una de las mayores desgracias", que pueden caer sobre el hombre en la tierra. Y, sin embargo, ¡cuántas almas, aun de personas piadosas, gimen bajo la tiranía de este mal espíritu.

El Espíritu de Cristo es el Espíritu Santo, tal como Él invadió el alma humana de Cristo, llenándola con la plenitud de su gracia y de sus dones. "El Espíritu del Señor está sobre mí. Por eso me ungió y me envió a evangelizar los pobres, a sanar a los arrepentidos de corazón, a predicar a los cautivos la liberación, a anunciar el Año de Gracia del Señor (es decir, la redención) y el día de la retribución" (Luc. 4, 18). Por Espíritu de Cristo entendemos las excitaciones con que el Espíritu Santo movía e impulsaba continuamente la voluntad de Cristo a practicar actos y obras buenas, santas y perfectas, interior y exteriormente. Llamamos Espíritu de Cristo sobre todo a la constante y permanente actitud, disposición, orientación y modo de ser de la inteligencia y de la voluntad de Cristo, que el Espíritu Santo obró en Él. Espíritu de Cristo es el permanente deseo, el interno impulso que empujaba constantemente al Señor a ejecutar en todo la voluntad del Padre, a someterse a cuanto fuera preciso para cumplir la voluntad del Padre, para hacer todo lo que fuera de su agrado, para llevar a cabo la redención de la humanidad. Este Espíritu es en Cristo y en nosotros, miembros de la Cabeza, el Espíritu de amor al Padre, de celo por la honra de Dios y la salvación de las almas, de amor a la humildad, a la pobreza, a la obediencia, al retiro, a la oración, al dolor, al sacrificio. Es el interno impulso, el eficaz deseo de pensar y vivir en el sentido de las ocho Bienaventuranzas, en conformidad con el Sermón de la Montaña, de alegrarse solamente en Dios, de ser tenido en poco ante el mundo, de ser despreciado y preterido por él. Es el deseo de llevar una vida de renuncia, de desasimiento, de completa unión con Dios y con Cristo. ¡Solo Dios, su voluntad y su honra! "El mundo no puede recibir este Espíritu, porque no lo ve ni lo conoce" (Jn. 14, 17).

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