MIÉRCOES DE LAS CUATRO TEMPORAS DE PENTECOSTÉS. LA ACCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO.

 La profecía de Joel se realiza en Pentecostés y en la vida de la Iglesia de Cristo. "Y sucederá que, en los últimos días (es decir, en los días del Nuevo Testamento), derramaré mi Espíritu sobre toda carne. También derramaré, en  aquellos días, mi Espíritu sobre mis siervos y siervas, y profetizarán. Haré (en los últimos días) prodigios arriba, en el cielo, y milagros abajo, en la tierra. El sol se convertirá en tinieblas y la luna en sangre, antes que aparezca el grande y luminoso día del Señor. Todo el que invoque entonces el nombre del Señor, se salvará" (Profecía primera). En Pentecostés Dios derramó su Espíritu sobre la Iglesia y sigue derramándolo constantemente, a través de todos los siglos. Visiblemente: en los milagros que jalonan toda la ruta de la Iglesia, desde sus origines hasta hoy. De esta acción visible del Espíritu Santo en la Iglesia nos habla la segunda Profecía. Dice así. "En aquellos días, los Apóstoles hacían muchos prodigios y milagros entre el pueblo. Se reunían todos juntos en el Pórtico de Salomón. Nadie de los otros se atrevía a juntarse con ellos. Pero el pueblo les apreciaba. El número de los hombres y mujeres, que creían en el Señor, crecía por días. Colocaban en las plazas públicas los lechos de los enfermos, para que, al pasar Pedro por delante de ellos, les tocase al menos su sombra y quedasen curados de sus enfermedades. Afluía también una gran muchedumbre de los aledaños de Jerusalén, trayendo consigo sus enfermos y endemoniados: y todos eran curados" (Hchos. Apost. 5, 12-16).No faltan en la Iglesia los milagros. Ellos son la mejor prueba de la presencia y de la acción del Espíritu Santo en ella. Vemos en la Iglesia, es cierto, flaquezas humanas, imperfecciones, escándalos. Lo deploramos. Pero, por encima de toda esta ganga humana, percibimos la presencia y la visible actuación en ella del Espíritu Santo. A pesar de todas estas faltas e imperfecciones humanas, que la desdoran, bien podemos descansar tranquilos sobre una Iglesia en la cual habita y obra el Espíritu Santo.

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