SÁBADO DE PENTECOSTÉS. DON DE PIEDAD

Hemos de considerar a nuestros prójimos por respeto a Dios, ya que son imágenes vivientes, ya que fueron creados por él a su semejanza. Tal sentimiento nos lo infunde el alma el don de Piedad, que nos llena de benevolencia y amor hacia todos los hombres, no porque sean creados por el Padre celestial, sino porque son sus amigos e hijos, hermanos de Jesús, Rey de la Gloria. Revestidos con la librea de Cristo en el Bautismo, alimentados de su Cuerpo sacratísimo, que se nos da en la divina Eucaristía, participan de sus grandezas y méritos y están destinados a gozar con él en su reino por toda la eternidad. si nos hiciéramos con frecuencia estas consideraciones, ¡de qué sentimientos de amor hacia el prójimo se llenaría nuestro corazón! El don de Piedad trae a la imaginación semejantes pensamientos, de los que pueden recogerse hermosos frutos de BONDAD, de BENIGNIDAD y de MANSEDUMBRE. Se cuentan entre estos frutos las obras de MISERICORDIA, tanto espirituales como temporales, que Jesús recompensará al fin de los siglos cuando diga a los escogidos: "Venid, benditos de mi Padre, a tomar posesión del reino celestial, que os está preparado desde el principio del mundo; porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, era peregrino y me hospedasteis, estando desnudo me cubristeis, enfermo y me visitasteis, encarcelado y vinisteis a verme y a consolarme (Mateo 25, 34-36)."

Desgraciadamente, ¡cuántas personas hay que, por carecer del don de Piedad, son a veces duras, inhumanas, sin corazón para con el prójimo! ¡Y cómo contrasta este modo de ser, seco y displicente, con la dulzura y humildad de nuestro divino Salvador y de los santos! A esos que no saben ser abnegados, que jamás se desprenden de su egoísmo ni de las malas inclinaciones de carácter, ni saben siquiera ser corteses y agradables, fue a quienes se refirió el Apóstol al escribir: "Se levantarán hombres amadores de sí mismo, codiciosos, altaneros, soberbios, blasfemos, desobedientes a sus padres, ingratos, facinerosos, desnaturalizados, implacables, calumniadores, disolutos, fieros inhumanos, traidores, protervos, hinchados y más amadores de deleites que de Dios (2 Tim. 3, 2)."

Veamos, pues, de qué manera nos portamos con nuestros padres y superiores, si como hijos dóciles estamos llenos de respeto y de sumisión, siempre dispuestos a obedecer. Veamos también cuál es nuestro modo de portarnos con el prójimo en general, si por causa del natural orgullo o mal carácter, o por estar inclinados a la melancolía, o por nuestras quejas no le hacemos sufrir muchas veces.
¡Oh Dios mío! ¡Qué poco me gusta perdonar, ser servicial, compadecerme de las penas de los demás! A ti, que conoces el interior de mi corazón y sabes todas mis miserias, te ruego:
  1. Que me cures de esta manera de ser agria e insensible hacia el prójimo.
  2. Que me hagas dulce, amable, misericordioso y condescendiente con todos mis semejantes.

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