19 DE JULIO. SAN VICENTE DE PAÚL.

 San Vicente de Paúl ponía todo el amor a su Creador en CONFORMAR su espíritu, corazón, sentimientos y conducta con la voluntad divina. Esta conformidad fue el alma de su vida. de ella hablaba con frecuencia y se expresaba en términos que emocionaban a cuantos le oían. -Para practicarla con perfección se mantenía desprendido de su propia voluntad y de todo cuanto no fuera el beneplácito de Dios, llamando a esto "santa indiferencia".

"Un alma INDIFERENTE, decía, se asemeja a los ángeles en tres cosas:

  1. En que camina en la presencia de Dios.
  2. En que siempre está dispuesta a cumplir la voluntad divina.
  3. En que prefiere los empleos más humildes a los más elevados."
Estas tres disposiciones eran precisamente las de San Vicente de Paúl, que cumplía sus deberes con espíritu de recogimiento, buscando únicamente dar gusto al Señor, en cuya presencia realizaba todas sus acciones lleno de repeto, de confianza y de amor. Gran santo, se tenía por el último de todos y procuraba hacer siempre en favor de los demás los más humillantes menesteres, porque, decía, quería ser "como la bestia de carga, que se presta a cuanto piden de ella, cuando y como lo quieren".

La mejor prueba de que también nosotros AMAMOS A DIOS es morir a nosotros mismos y a cuanto no sea el soberano Bien. Acerca de esto decía San Vicente de Paúl: "Una nada, algo que nos imaginamos, una palabra un poco seca que se nos diga, un recibimeinto poco amable, alguna pequeñez que nos es denegada, el pensamiento de que no se ocupan suficientemente de nosotros, ¿no nos hiere hasta el punto de que ya no podemos olvidarlo? La santa indiferencia, esencia del amor sagrado, añade, nos quita todo deseo y todo resentimiento; nos desprende de nosotros mismos y de toda criatura."

¿Son éstas nuestras DISPOSICIONES para pertenecer a Dios sin reserva? Una palabra, una penita, el sentir hastío durante la oración, una impresión desagradable o de tristeza, son suficientes a veces para arrebatarnos la paz, la devoción, la sumisión al Señor y todo cuanto requiere el amor verdadero.

¡Oh Dios mío!, ¡cuán lejos estoy de haber alcanzado esa perfección que, según San Vicente de Paúl, despoja al hombre de su propia voluntad y le hace encontrar, como a los ángeles, su felicidad en tu divino beneplácito. Concédeme, te ruego, la fuerza necesaria para morir desde ahora a mí mismo, a mis satisfacciones, y para que toda mi alegría sea cumplir con exactitud mis deberes, para de este modo glorificar tu Nombre y agradar por entero a tu Corazón Sagrado.

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