20 DE JULIO. PRUDENCIA O DISCRECIÓN.

 La virtud más indispensable a cuantos tienden a la perfección, según los Padres de la Tebaida, es, sin duda alguna, la prudencia o discreción. Efectivamente, esta virtud nos es absolutamente necesaria en NUESTRAS RELACIONES con el mundo, para podernos librar de su influjo nocivo; en nuestras relaciones con el prójimo, para no herirle, enfadarle, escandalizarle; en nuestras relaciones con nosotros mismos, si queremos evitar cuanto tiende a excitar o alimentar nuestras malas inclinaciones. Todos los PECADOS provienen de una falta de discernimiento, que nos impide comprender y escoger nuestro verdadero bien. 

Hasta las VIRTUDES, si no fuera por la discreción, resultarían defectuosas, porque al no estar sabiamente dirigidas, pecarían por exceso o por defecto. Según San Basilio, "la prudencia es el piloto de la nave de la perfección". Sin ella se corre el riesgo de tropezar en mil escollos, con peligro de naufragar. Con ella, por el contrario, podemos mantenernos en el justo medio que pide la verdadera santidad, porque, como dijo San Vicente de Paúl, "se juzgan las cosas como Jesús las juzgaba, se obra como él obraba, se emplean los medios más a propósito y se toma el camino más seguro para llegar a Dios". La prudencia modera el temor con la confianza, templa la justicia con la clemencia, forma las intenciones, regula los afectos, establece la armonía entre las demás virtudes, para que no se lastime una por exceso o defecto de las demás.

¿No es acaso la prudencia la que nos ENSEÑA a vivir recogidos, sin olvidarnos de nuestros deberes de estado? ¿No es ella la que nos enseña a pensar en Dios, sin faltar a las consideraciones que debemos al prójimo? Gracias a esta virtud, amamos la soledad, sin descuidar por eso la obediencia, la caridad y las conveniencias cristianas. Quienes son verdaderamente prudentes según Dios se ocupan en obras de celo, pero sin descuidar a su propia alma; procuran enfervorizarse con prácticas piadosas y evitan la imprudencia de vivir en tibieza y despreocupación, porque saben que estarían expuesto a resbalar poco a poco hasta el abismo del pecado mortal, donde perecerían miserablemente.

¡Dios mío!, ¡cuántas veces obro sin precaución en la delicada tarea de la salvación! Por el contrario, honor, salud e intereses personales son objeto constante de todos mis desvelos. Dígnate inspirarme vivísimo deseo de santificación y valor para mortificar mis sentidos y perversas inclinaciones. Concédeme la gracia de obrar siempre con espíritu de fe, de vigilancia y de oración, convencido, como lo estuvo San Bernardo, de que todas las seguridades o precauciones son pocas cuando se trata de la eternidad.

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