23 DE JULIO. DESEOS DE PERFECCIÓN.

 El amor a la GLORIA y el deseo de ser encumbrados es natural a todos. Pero hay pocas personas que busquen la gloria verdadera y duradera. Esta consiste en hacernos semejantes a la grandeza infinita, que es Dios, imitando sus divinas perfecciones y refiriendo a él la gloria de todo bien. Unicamente la santidad puede llevarnos a tal estado. Ella nos eleva por encima de la tierra y de nosotros mismos, para unirnos a nuestro Creador. ¿Y qué puede existir más noble que estar unidos a Dios, participar, por semejanza, de su esencia adorable, ser hijos adoptivos y herederos de su reino? Nada hay que pueda inflamar como esto la llama de nuestros deseos, porque al aspirar a la santidad aspiramos a una dignidad superior a la realeza y aun a la naturaleza de los ángeles. 

¡Cuántos hombres condician las riquezas perecederas, RIQUEZAS despreciadas por Jesucristo y por los santos! ¿Por qué esos corazones ambiciosos no ponen todo su ardor en conseguir los tesoros de la gracia? La menor participación en ellos vale más que todo el oro del universo. Y, sin embargo, ¡los deseamos tan poco! Podemos obtenerlos por la oración y las buenas obras; pero ¡qué poco afán ponemos en la búsqueda de bienes tan excelentes y duraderos, prometidos y dispensados por la generosidad divina!

Natural es en nosotros desear la FELICIDAD; pero ¿dónde ponemos la nuestra? Con frecuencia en los placeres y satisfacciones sensibles. Creemos que se puede ser feliz sin padecer, gozando de las delicias de la vida; ¿pero de qué sirven estas delicias sin la paz interior? La dicha verdadera es inseparable de la santidad; luego ¿por qué buscarla en otra parte? La lograremos con ayuda de los deseos eficaces, que dan cuantas fuerzas son necesarias para corregir los vicios y practicar las virtudes. ¿No carecemos quizá de ese fervor de espíritu que es el distintivo de las almas fieles? Esforcémonos en adquirirlo por medio de la lectura, de la meditación y de la oración, para llegar a tener nosotros las mismas disposiciones que animaban a los santos.

¡Oh Jesús! Dijíste: "Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán hartos." Pues haz que tu GLORIA, divino Maestro mío, sea de ahora en adelante la mía, que tu GRACIA sea mi tesoro y que tu VOLUNTAD sea mi felicidad. Solo en ti podrá mi alma saciarse y hallar satisfacción cumplida. Hazme, por tanto, suspirar de continuo por ti y por tu amor, como los mundanos suspiran por las dignidades, las riquezas y los placeres de la tierra.

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