25 DE JULIO. SANTIAGO EL MAYOR

 La estima con que Dios nos honra es la medida de nuestra grandeza. Fue Santiago el Mayor uno de los tres apóstoles que el Señor honró de MANERA ESPECIAL. Lo llevó consigo, lo mismo que a Pedro y a Juan, en circunstancias muy honoríficas. Cuando Jesús escogió a los doce, le nombró el tercero entre todos, y, por una prerrogativa especial, le dio, lo mismo que a Juan, el nombre significativo de Boanerges o "hijo del trueno". Era declararle solemnente un trueno por la fuerza, el resplandor y la prontitud de su predicación futura, así como Juan habría de serlo por la luz de su Evangelio y el vigor de su Apocalipsis, que se desenvuelve entre rayos y relámpagos. Santiago tuvo el insigne PRIVILEGIO de ver en el Tabor la transfiguración de Jesús; allí pudo contemplar su rostro resplandeciente como el sol, sus vestiduras blancas como la nieve, y le oyó conversar con Moisés y Elías, los dos grandes profetas del Antiguo Testamento, escuchando el irrecusable testimonio que el Padre eterno dio de la divinidad de Cristo con estas palabras: "Este es mi querido Hijo, en quien tengo todas mis complacencias; a él habéis de escuchar (Mat. 17, 5)." ¡Dichoso Apóstol, que pudo ver tan de cerca la gloria del Redentor antes de la Pasión, y más dichoso aún por haber recibido la seguridad de beber un día de su cáliz y de participar de sus dolores por el martirio!.

Es una gloria para los mundanos ser amigos de gente influyente y poderosa, figurar en su círculo de amistades. ¡Qué HONOR para nosotros ser, como Santiago, amigos de Jesús, Rey inmortal! ¡Qué honor acompañarle en las iglesias, visitarle en sus pobres, compartir sus trabajos y privaciones, vestir la librea de sus ignominias, sentir las espinas de su corona y doblarnos como él y con él bajo el peso de la cruz. Esta grandeza que tan mal sabemos entender fue precisamente la grandeza del Apóstol Santiago.

¡Dulce Jesús mío! Inspírame, como a él, amor por las penas y humillaciones, para parecerme a ti y pertenecerte sin reserva. Dame la fuerza que necesito: 

  1. Para permanecer tranquilo y resignado, a pesar de los padecimientos del cuerpo y de las angustias del corazón.
  2. Para honrarme santamente con ser ignorado, olvidado y despreciado como tú lo fuiste.

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