27 DE JULIO. PARA OBEDECER CON PERFECCIÓN

 El abad de cierto monasterio, queriendo edificar a un visitante, hizo comparecer ante él a uno de sus religiosos, anciano de noventa años, y le hizo permanecer en su presencia durante dos horas sin decirle una sola palabra. Cuando después preguntaron a este obediente monje en qué había estado ocupado tan largo tiempo, contestó: "Pensaba estar DELANTE DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO, y que recibía de él esta humillación; por eso no me vino a la imaginación ni idea de desobedecer (San Juan Clímaco)."

Este es el medio por excelencia para que nuestra obediencia sea perfecta. Por tanto, veamos siempre a Jesús en la persona de los Superiores. ¿No dijo acaso el Salvador a todos los que tienen potestad de mandar: "El que os escucha a vosotros, ME ESCUCHA  a mí: y el que os desprecia a vosotros, a mí me desprecia"? Y el apóstol San Pablo añade: "Obedeced a vuestros superiores con temor y respeto, con sencillo corazón, como a Cristo, no sirviéndoles solo cuando tienen puestos los ojos en vosotros, como si no pensaseis más que en complacer a los hombres, sino como siervos de Cristo que hacen de corazón la voluntad de Dios; servid, pues, con amor, haciéndoos cargo que servir al Señor y no a hombres (Ef. 6, 5-7)."

De este principio dimanan de modo natural todas las cualidades de la obediencia. En efecto, si reconocemos verdaderamente a Jesús en los que nos dirigen, los respetaremos, amaremos y ejecutaremos sus órdenes no solo sin réplica ni mal humor, sino con prontitud, exactitud, sencillez y generosidad.

Cuando San PEDRO CLAVER se presentaba ante los Superiores, lo hacía en actitud humilde, llevando la cabeza descubierta, la mirada clavada en el suelo y el espíritu atento a obedecer sus deseos, que al instante ejecutaba, obrando de esta manera con cualquiera que tuviera derecho para mandarle; porque, aun tratándose del último de la comunidad, veía en él la persona del Salvador, por lo que su obediencia era tan perfecta que rayaba en heroísmo. Cuando San Alfonso Rodríguez recibía una orden cualquiera, respondía interiormente: "Sí, Señor Jesús, haré lo que exiges o de mi deseas." E inmediatamente, olvidándose de la persona del Superior, ejecutaba lo que su divino Salvador le había prescrito por boca de su representante. Obremos de la misma manera, y veremos cómo la virtud de obediencia se nos hace fácil, santificadora y meritoria.

¡Oh Jesús mío! Lejos de quejarme de tener que obedecer, debería estar enajenado con el pensamiento de que sirvo a tu Majestad santísima en la persona de mis Superiores. Hazme ejecutar siempre sus órdenes con prontitud y agrado, siguiendo el ejemplo de los celestiales mensajeros, que corren y vuelan a donde tu divina voluntad los envía.

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