4 DE JULIO. HAY QUE AMAR LA VOLUNTAD DIVINA

El corazón tiende de modo natural a amar cuanto es bueno, santo, puro y perfecto. La voluntad del Señor reúne en sí todas las PERFECCIONES. Santidad por esencia, santificó a los ángeles, a los santos, a María, su Reina, y a Jesús, su Rey; porque, dice San Alfonso de Ligorio, la voluntad divina es Dios mismo. Y si nosotros no podemos dejar de amar un alma hermosa, inocente, sin mancha, el alma de un niño, adornada con la gracia, el alma de un joven santo, de una santa joven, venerados en los altares, ¿cuánto más deberíamos amar la plenitud y la fuente de toda santidad, es decir, a Dios o su Voluntad? ¿Sería posible que nos aficionáramos a la luz del Sol y desconociéramos el astro radiante que nos la envía? ¿Cómo, pues, amar las virtudes y la vida de los santos y no la Voluntad divina que los formó?

Amemos, pues, esta Voluntad en todas las formas con que se revista ante nosotros. Los acontecimientos y debertes de todos los días son como sombras en las cuales se envuelve, o apariencias bajo las que se esconde. ¿Por qué no considerar tales sombras y apariencias con indiferencia, mirando con amor la voluntad divina que encubren, causa  primera y principal de cuanto acontece y se nos ordena? "Hay que amar, dice San Francisco de Sales, no las COSAS que Dios quiere, sino su VOLUNTAD que las quiere." Este santo, como dice su biógrafo, estaba siempre resignado y unido al beneplácito divino con amor lleno de confianza, ocupándose en sus asuntos con igualdad de espíritu, sin turbaciones, sin prisas, sin inquietudes por el éxito de los mismos y sin alterarse por ningún contratiempo.

Así debiéramos conducirnos nosotros. Y si la voluntad del Señor se nos presenta en FORMA DE CRUZ, de humillación, de contrariedad y de privación, recibámosla sin regateos ni turbaciones, antes bien con calma y dulzura. Porque si amamos al Dios de la Eucaristía, pobre, abandonado en nuestras iglesias y escondido bajo humildes especies, ¿cómo rechazaremos la Voluntad divina, es la que Dios mismo se nos ofrece bajo apariencias que contrarían nuestro amor propio y nuestro orgullo?

¡Oh Dios mío! ¡Cuántas veces he preferido mis gustos y caprichos a tu santísima Voluntad,siempre y en todo perfecta, siempre y en todo amable! Cuánto me arrepiento de ello; estoy firmemente resuelto a obedecerte y a someterme a tu divino beneplácito, como los ángeles y los santos te obedecen y se someten a ti en el cielo.

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